Tintinea en las escaleras de hierro y desciende sembrando cada peldaño camino a su espacio. Se entremezcla con las cortinas negras que dejan enmudecida la realidad, que absorben los mundanos colores y se zambulle al lugar; se desliza entre caños, juega con las vigas y pasea por las rejas. Abarca con sus brazos la madera y está, abriga. Se emociona con la música que ha quedado rebotando en las paredes y danza, danza hasta el cansancio; los murmullos de las voces que sobre el escenario se cruzan lo embriagan y su corazón palpita al ritmo de retazos de viejas películas. Y se queda allí sobre los caños, sobre las vigas, sobre las rejas, se esconde y espera el momento indicado para inundar el espacio con su aliento de luces de colores, para marcar, cada paso, cada toque, cada acción. El está por ahí, se dice que aparece de vez en cuando susurrando algún consejo, para luego irse por el foro. Él es Belisario, Belisario Teatro, o como en calle Corrientes le suelen llamar Don Teatro. |