El Príncipe (Memorias Cebadas)

Pablo sufre de trastornos de personalidad, ligado a una infancia atravesada por desapariciones y represión, vive encerrado en su hogar y cuidado por dos mujeres (Lila y Elizabeth) que dedican parte de su vida a su cuidado. Pablo está convencido de que proviene de otro lugar, de otro tiempo (Obsesión con el Principito y con su mundo poético), quedando atrapado en esa nostalgia de su diminuto planeta al cual anhela regresar, ellos conviven y recrean el juego de un pasado que los atraviesa, de un mundo que no fue, de sueños evaporados, de una identidad perdida que se desdibuja en el tiempo, en un mundo que corre deprisa, violento, hostil. Su juego los lleva a poder sumergirse en otra realidad, donde los cuerpos y los ritmos desdibujan el tiempo cotidiano, quedando atrapados en este círculo de lo repetitivo, disfrutan y padecen el devenir de una forma exacerbada, abren las puertas de un pasado que conforma nuestro inconsciente colectivo, retratos escolares, familiares, religiosos, culturales, atravesado por relatos poéticos (ligados a un mundo imaginario) y la aparición de espectros de otros tiempos y estúpidos del presente. Estos personajes se desdoblan todo el tiempo, ampliando los significantes, las lecturas y las imágenes, chocando contra un relato impuesto, de un mundo, que necesita todo el tiempo respuestas inmediatas, visibles, no dando la posibilidad de indagar, de preguntarnos como llegamos acá, como se construye nuestra identidad personal y colectiva, como el devenir social familiar cultural y la historia de nuestras sociedades nos moldean. Pablo, Lila y Elizabeth se despojan un momento de sus historias para ahondar por esas márgenes, por esos abismos, para tratar de redescubrirse en ese eterno juego.

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