El Zar y la Nada

El Zar y la Nada es la historia de un mozo de hotel con fantasías napoleónicas, expatriado en la Italia de 1934. A sus ojos, una maestra francesa es una princesa perdida, una chica de la calle es un agente de Mussolini y un futbolista argentino un peón en sus planes para formar un imperio.

Reflexionamos sobre la libertad y el fascismo, el valor del arte con respecto a la vida humana y su capacidad para preservarla o destruirla, el abusivo confundir a otro y a uno mismo bajo el equívoco de la demasiado cómoda palabra nosotros y nos vamos a casa.


Eso en cuanto a sinopsis.

Trasfondo. En la primavera de 1934 se jugó el segundo Mundial de Fútbol, en la Italia fascista. Ese evento fue boicoteado por casi toda Sudamérica, no tanto por motivos políticos, sino por todos los países europeos que se negaron a asistir al mundial anterior, el de Uruguay. Entonces, junto a Brasil, los clubes amateurs argentinos aprovecharon para enviar su propia selección.

Así, jugadores de equipos como Excursionistas o Gimnasia de Mendoza se encontraron en la vanguardia de sus sueños más alocados, jugando en Italia frente a miles de personas. Y perdiendo en primera ronda. Nuestro futbolista, Mengucci, es uno de ellos. La improbable aguja que oscila entre el Camus de las mujeres y las playas, y el Bilardo doctor y campeón del mundo.

El Zar y la Nada es una pieza de actores, en el sentido que primero ellos eligieron sus personajes, y la trama fue compuesta alrededor. Esto no quiere decir que se trate de un ejercicio improvisatorio. Tampoco es una adaptación de un hecho histórico. De todos los personajes, tan sólo Simone de Beauvoir existió de verdad. Y cuando uno toma como material una persona real, no puede sino reducirla a aquella parte que, quizás, puede comprender. Nuestra Simone es una joven maestra de liceo, que si bien no publicó todos esos libros fundamentales para el existencialismo y el feminismo, parte de esas ideas ya están gestándose en su cabeza. Lo que sí preserva en forma pura es su amor descomunal, sempiterno e infatigable por el arte, y la raza humana que lo crea.

Eso la lleva a Melissa, la adolescente de la calle, mitad Rimbaud, mitad Pavese, mitad Violette Leduc, mitad prófuga de la justicia. Que en su corta vida ya sufrió y ejerció suficiente abandono y violencia para toda una dictadura. Es el átomo inestable que Simone tiene que salvar.

El aspirante a Zar y motor de la trama es Valeriy, el ruso blanco vuelto mozo de hotel. Él es lo que hay de fascista en todos nosotros, en nuestras cabezas y en nuestras acciones de todos los días, eso que hace que amemos el poder, que deseemos esa misma cosa que nos domina y nos explota. Ese cristal que distorsiona el mundo, lo saca de proporción, y rellena cada grieta con enemigos, tinieblas y conspiraciones. El adversario estratégico del Foucault citable.

(También tenemos chistes estúpidos, lo juro)

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