Trescientos Millones

Un espacio vacío con un catre, un banquito, una mesa de noche y un velador ficcionan el cuarto de una Sirvienta que, en su última noche de insomnio, decide quitarse la vida.

En el transcurso de su vigilia, imagina en su ensoñación novelesca que hereda trescientos millones de pesos y procura en vano cumplir sus deseos más postergados.

Esa Sirvienta es interpretada por todas las mujeres del elenco, pero hay una, la última, que deberá hacerse cargo de la muerte del personaje. El inevitable chivo expiatorio ya no es solamente, como en la obra de Arlt, esa Sirvienta a quien se acusa velada y explícitamente de ser pobre responsabilizándola de su desgracia, sino una sola entre varias, quien va a asumir esa muerte desesperada, llenando de alivio y alegría a los personajes burgueses de la obra pero también a las otras sirvientas, a sus supuestas iguales.

Los espectadores rodean ese espacio que contiene el cuartucho de servicio y a la vez son rodeados por los actores quienes construyen a sus espaldas un espacio con características de camarín, en el cual se tejen historias similares a las de la escena, y de las cuales el espectador será partícipe simultánea y fragmentariamente, creando así un abanico de planos de ficción como el que existe en la obra: la realidad de la Sirvienta, su fantasía, la realidad de los personajes que convoca en esa fantasía, los actores que deben encarnarlos, y la sirvienta real que se quita la vida, luego de haber soñado encontrar su salvación en algo muy parecido al teatro.

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