Gerardo Begérez es un director uruguayo que acaba de proponer en Buenos Aires un ciclo de teatro semimontado con factura uruguaya: actores, autores y por supuesto, dirección. 

Cuando uno le pregunta cómo surge el ciclo, nos cuenta que esta idea nace en Montevideo, antes venirse a vivir a Buenos Aires. Algunos compañeros de El Galpón le habían hecho prometer que volvería pronto o que, en su defecto, armaría proyectos teatrales para hacer con ellos.
Dicho y hecho. Eso se llama cumplir las promesas. Así que ahora sabemos que este ciclo tiene que ver con las promesas cumplidas de este joven director.
"Otro de los preceptos que me autoimpuse fue que todo tenía que ser uruguayo. Y como forma de intercambio y unión, incorporé actores uruguayos que viven hace mucho tiempo en esta ciudad", explica.
Nos cuenta que este segundo ciclo tuvo gran repercusión, tanto en Montevideo como en Buenos Aires y que es una forma de difundir de este lado del Río de la Plata a los autores y actores uruguayos de prestigio.
Por otro lado sostiene que uno de los significados latentes del ciclo es el que pasa por los recuerdos y la nostalgia por quienes, entiende, fueron pilares fundamentales de la cultura teatral y dice que éste es un modo de homenaje.
Particularmente, este ciclo tiene un homenajeado especial y es el maestro Berto Fontana, que fue su docente en el teatro El Galpón. Gerardo Begérez sostiene que aquél representa una generación de actores empecinados en el trabajo, estudiosos, sensibles y sumamente cultos. Fontana -nos revela Gerardo-, sigue siendo el inspirador de generaciones cuyas enseñanzas han contribuido a la técnica vocal de gran parte de los actores uruguayos, que ha sido elogiada en muchas partes del mundo. Gerardo ya está armando el Tercer Ciclo, que también se llevará a cabo en el teatro La Comedia. Dice que la sala lo ha recibido tan bien, que se siente allí muy cómodo, como en su propia casa.
Las obras de este ciclo fueron cuatro: El disparo, de Estela Golovchenko; El estado del alma, de Álvaro Ahunchaín; Éter retornable, de Angie Oña y Decir Adiós, de Alberto Paredes.
La propuesta es sumamente interesante porque nos presenta un panorama, aunque sea parcial pero panorama al fin, de lo que sucede con el teatro uruguayo.
Incluso puede observarse que hay un conjunto, algo que forma sistema, en relación con la elección. Las obras propuestas tienen puntos de contacto tanto en términos temáticos como en el modo de construcción. Se reconoce en este marco la insistencia en dos aspectos: por un lado, la posibilidad de abrevar en las relaciones interpersonales, en el marco de lo individual, las cuestiones particulares, y por otro, un enmarcar los sucesos en la sociedad uruguaya post- dictadura con huellas indelebles de su paso. Incluso se ve el cruce entre ambas cuestiones.
Un hombre y una mujer son los protagonistas de El disparo. La propuesta parece desarrollar el relato en el universo pequeño de estos dos personajes. Sin embargo, a medida que transcurre la historia, la Historia se mete por la ventana de la casa de la mujer y todo lo que ha sucedido hasta ese momento se resignifica y adquiere otra perspectiva. Entonces se comprende que el relato no es del orden de lo individual, que no se juega en sólo la memoria privada (¿existirá?), sino la colectiva.
Eter retornable se inscribe en el universo de una pareja que está a punto de separarse. La radiografía que se traza de la institución matrimonio es absolutamente feroz, pero se hace con un humor tan bien trabajado, tanto desde el texto como desde las actuaciones, que los espectadores se terminan riendo de cuestiones absolutamente trágicas. La violencia se filtra también en este mundo privado, pero en lugar de primar una lectura de género, es indistinto de dónde proviene el primer golpe.
Estas dos propuestas, que tal vez temáticamente abordan cuestiones sin vínculo entre sí, tienen recursos de construcción equivalentes. En ambos casos, se presentan situaciones que aparecen como un falso cierre, repetido de manera múltiple. Este lugar de indefinición en torno de la posibilidad de completitud, de perspectiva única, de mirada definitiva, reformulan la propuesta a medida que la propuesta misma avanza en términos temporales. ¿Cuál es la versión "verdadera"? Lo que parece leerse es que no existe modo de confirmar ciertos acontecimientos en detrimento de la inexistencia de otros.
Decir Adiós, aparece como la propuesta de dramaturgia más clásica. Una Nora que decide irse de su casa, además, conlleva múltiples connotaciones.
En este caso, el planteo está vinculado con cuestiones relativas a la pareja, a la relación con los hijos (sólo por generalizar, en este caso no hay más de uno), el trabajo, el aburrimiento, la familia política. El título aparece como paradójico: Nora quiere irse sin "decir adiós", es decir, sin despedirse, y sin embargo, empujada por las circunstancias no hace más que despedirse de casi todos.
El final, sin embargo, nos aleja de otras Noras y nos ubica particularmente en esta mirada contemporánea.
La última propuesta del 2º Ciclo de Teatro Semimontado Uruguayo, El estado del alma, se asienta en una obra que podría plantearse como de teatro político, en términos temáticos. Dos mujeres se encuentran en una supuesta oficina para relatar sus experiencias personales en tanto víctimas de la dictadura, a fin de reconstruir la memoria colectiva. Lejos de una posición maniquea, las dos sostienen lugares encontrados (seguramente en la sociedad uruguaya y claramente también en la nuestra), modos de recordar, de revivir el pasado.
Es cierto que observando a ambos personajes se podría oscilar entre tomar partido por una o por otra, porque lo que dicen implica mucho más que leer las consecuencias de la dictadura. Es, más bien, una toma de posición contemporánea. El final, en cambio, la vuelta de tuerca, en algún punto señala que no es posible elegir. Que no pudieron elegir. Que no pudimos.
Si Gerardo Begérez tenía como objetivo acercar el teatro de las dos orillas, seguramente logró muy bien su objetivo. Lo que se propuso traer a Buenos Aires demuestra que estamos cerca, muy cerca... Aunque algunos quieran proponer la distancia, el teatro, sin duda alguna, une.
¡Ah! Y mientras cerramos esta nota nos enteramos de que este joven director uruguayo acaba de reestrenar otra obra. Se llama Tengo miedo torero y es una versión del escritor chileno Pedro Lemebel. Ahora sí, más que Argentina y Uruguay... Latinoamérica, ¿no?

Publicado en: