El Centro Cultural Rojas está de festejo durante todo septiembre, entre sus salas viejas y recién estrenadas, sus espacios renovados y ochentosos, sus ya clásicos trabajadores (desde coordinadores hasta los de maestranza) y los que fueron apareciendo a medida que el Centro crecía, entre sus hordas de alumnos, espectadores y curiosos. Deambularán este mes artistas de todos los géneros y generaciones: los que inauguraron el Rojas cuando la democracia comenzaba a florecer, otros que llegaron en los '90, y algunos que recién están pisando los escenarios.
La programación (absolutamente gratuita), incluye dos heroínas de dos generaciones consecutivas de la danza de la ciudad, que no pasaron desapercibidas y cuya impronta ha marcado surcos y ha creado estilos, a pesar de que, como confiesan, ésa no fue nunca su meta:
"No sé si a vos te pasa, Brenda -piensa en voz alta Adriana Barenstein, quien fuera la creadora y directora del Grupo de Danza Teatro de los inicios del Centro Cultural Ricardo Rojas- pero en un momento determinado yo dejé de hablar de eso que hablaba. Es decir, le puse un nombre, pero luego ya no pude manejar lo que pasaba, porque nadie puede manejar nada. Hoy se sigue hablando de danza teatro y sé que ya es otra cosa. Aunque no me identifico con lo que se está haciendo, esa denominación antes sintetizaba algo que yo quería hacer y la sostuve. Representó algo. Sí. Cuando veía la cantidad de gente que convocaba, no lo podía creer". "Yo, en cambio - responde Brenda Angiel- empecé sola, casi de casualidad. Buscaba un nuevo lenguaje, siempre desde lo coreográfico, desde el cuerpo en movimiento: la suspensión, el espacio y sus conexiones con la mirada del espectador. Nunca había visto nada que me influenciara, que me hiciera ir directamente a buscar en el aire. Incluso nunca me gustó el circo, ni la acrobacia. Yo manejo sólo hasta 6 metros de altura. Le puse ‘danza aérea' recién cuando tuve que dar un curso en el Rojas, mucho tiempo después de mis primeros espectáculos. Sentía que estaba haciendo danza, y punto. Había estado en la escuela de Ana Itelman, en la de Alwin Nikolais en Nueva York. Lo mío lo pienso como danza, y cuando llaman danza aérea a algo que mezcla acrobacia aérea o técnicas circenses, no lo veo así. Yo también perdí el control en ese sentido, pero bueno".
Ella ahora tiene su propio estudio, Aérea, pero fue coordinadora del área danza del Rojas desde 1997 a 2003, peleando los espacios y programando obras de danza en los horarios centrales del centro cultural.
Nunca trabajaron juntas, y es muy probable que jamás se hayan sentado a tomar un café, pero Barenstein le abrió la puerta del mítico centro cultural a Angiel, cuando ésta arribaba de estudiar en Nueva York. "Siempre voy a recordar tus palabras, Adriana -continúa Angiel-. Me dijiste ‘como me estas insistiendo mucho, te voy a dar un curso, porque si insistís, debés tener un buen proyecto'. Y así empecé con el único taller de danza contemporánea que había en ese momento en el Rojas, había otras cosas, pero no contemporánea..."
Y la aludida dice: "Ahora que me decís, me acuerdo. Vos sabes que yo creo mucho en la gente cuando sabe lo que quiere, cuando defiende su proyecto. Hay gente que te entrega una carpeta y se olvida, o espera que vos la llames".
Por su parte, Barenstein fue convocada por el primer director del centro cultural, el joven de Franja Morada Lucio Schwarzberg, cuando, en 1984, el Rojas se abrió con un ímpetu que venía a remover décadas de bríos contenidos, de aires contaminados y otras asfixias (al menos, hasta Teatro Abierto y Danza Abierta en 1981, suerte de explosión de los chalecos de fuerza que amordazaban el arte, y todo lo que pudiera expresarse en público, claro está). Ese ímpetu que compartió el Rojas con otros espacios alternativos, como -entre tantos- Cemento o el Parakultural, se traducía en producciones zafadas, muchas veces basadas principalmente en imágenes, en guiones sobre los que se improvisaba, puesto que no se encontraban las palabras adecuadas para tanta exasperación por mostrar y demostrar que se estaba vivo, con la euforia alegre y triste de la vuelta al régimen democrático.
A pesar de la formación de Barenstein en filosofía (en la Universidad de Buenos Aires), su proyecto artístico estaba y está, encarnado en el cuerpo. La investigación del lenguaje de movimiento y de la expresión teatral, la llevaron a formar el grupo de danza teatro, que se caracterizó por un gran rigor en el trabajo y en la creación: "A Lucio le presenté un proyecto en el que planteaba tres áreas: investigación, formación y difusión -evoca-. La idea era lanzar el área de investigación haciendo una convocatoria abierta para formar un elenco que experimentara, algo así como un semillero que pudiera luego amplificarse y multiplicarse. Armamos un jurado, llamamos al músico Edgardo Rudnitzky, en teatro a Román Caracciolo y a alguien más de danza. No recuerdo. Éramos cinco personas las que hicimos la selección, buscando la diversidad y el cruce entre los lenguajes complementarios. No queríamos gente que viniera toda de la misma raíz. Por eso representábamos varios puntos de vista. Tampoco buscábamos la técnica impecable, sino la actitud abierta y la persona, más allá del ejercicio. Se presentó muchísima gente. Quedaron veinticuatro personas (entre ellas Alejandra Alzaibar, Sergio Pleticosik, Paula Etchebehere, Mariana Bellotto, María José Goldín, Patricia Dorín y Marta Lantermo). Comenzamos a trabajar con este grupo, en una experiencia piloto que no sabíamos (como siempre en Argentina) cuánto duraría. Y casi simultáneamente yo propuse abrir talleres de movimiento, danza teatro, contact, también de mimo (los mismos, casi, que hacían a la formación del elenco, pero abiertos a la comunidad). O sea que prácticamente enseguida comenzamos a trabajar en las dos áreas: una más artística y la otra con énfasis en lo pedagógico, aunque se tratara de educación no formal. Imaginate que un día me llamó un amigo y me comentó sobre una persona que hacía algo raro, que llegaba recién de Europa, y que me iba a gustar: ¡era Alma Falkenberg!, ¡la persona que introdujo el Contact Improvisation en Argentina!
Con el grupo trabajábamos diariamente cuatro horas a la mañana, en clases y ensayos. Además estaban las funciones y algunos encuentros abiertos de improvisación que organizábamos- recuerda Barenstein-. En algún momento, los chicos también pudieron ir como oyentes a materias de la recién formada carrera de Artes en la Facultad de Filosofía y Letras, de la UBA.
Para mí fue muy importante los conceptos de trabajo y experimentación permanentes, que construyen lo artístico, pero también la convivencia como para entender este tema de lo colectivo. Lo colectivo como sostén de lo individual, como parte imbricada. ¡Ojo!, que no digo, de ninguna manera, una creación colectiva, sino la necesidad de entender que toda la vida se apoya en este concepto de lo colectivo, lo diverso, y la posibilidad de tener un pensamiento (pensamiento-acción, por supuesto) artístico que surge necesariamente de esa experiencia colectiva, aunque lo lleve adelante, como un abanderado, una persona. En fin: el grupo de danza teatro fue lo que hoy llamaríamos ‘compañía en residencia': con un espacio para investigar, pero no una vez por semana, sino todos los días. Experimentar es eso también: preguntarse si se sostiene, dónde se sostiene, cuáles son los pilares. Y la formación, paralelamente. Por supuesto son experiencias que no se hacen para tener visibilidad .Se hacen y listo. ¡Qué sé yo...! Y si la consecuencia es salir a la superficie, esto tendrá que ver con que algo se transformó. No era la prioridad ir en busca de la mirada de los otros, de la aprobación y el éxito".
En 1994, por razones personales y por sentir que se había cumplido un ciclo -categóricamente, muy profuso-, que ya había dado al Rojas todo lo que podía individualmente brindar, Barenstein se retiró del ya populoso centro cultural, no sin zozobra. Sólo volvió a entrar hace unas semanas, cuando la nueva directora del Rojas, Cecilia Vázquez, la convocó para participar de los festejos. Y lo que mostrará es su más actual ocupación, Experiencias en Escena, un ciclo cada vez más atendido por el público y los artistas que buscan un espacio donde el éxito a la medida de cánones, no sea un a priori para estar en el programa.
Ese mismo año, Angiel tocó la puerta de la oficina de Darío Lopérfido, quien había asumido en 1990 con el rimbombante cargo de Subsecretario de Operación y Coordinación Operativa, junto a Cecilia Felgueras como Directora de Cultura, con la carpeta de una obra que se había quedado sin espacio para estrenar: era Tres partes y una pared, su primera obra de danza aérea, y un clásico dentro de la historia de la danza argentina -se verá un fragmento con las bailarinas originales, entre lo que lleva al Rojas para su celebración-. "Cuando asumió Lopérfido -recuerda Brenda- empezaron las actividades más abiertas a la comunidad, sobre todo los cursos. Pero se había disuelto el taller de danza teatro y casi no había programación de danza. Había quedado como un vacío. Me dieron un viernes a la noche, y el espacio para ensayar, para colgarnos. Eso lo valoro mucho. Así la obra se transformó en pura coreografía en el aire. Estrené en el '95, y fue tal el éxito, que seguimos una temporada larga para lo que se usa ahora, de mayo a junio".
Recién luego de dos años se postuló como coordinadora de la programación de danza, un puesto acéfalo que le costó a la danza resignar prácticamente todo el espacio ganado antaño. La programación de teatro y de música fue abarcando todos los horarios. La producción en esas áreas era impresionante y recibía toda la atención, así como otras áreas que, incluso, se formaron luego de años de abierto el Centro. "Esto sucede, en general, con la danza. Me parece que la falta de apoyo es un problema para la danza independiente, que la deja en un escalafón por debajo de las demás artes. Los que nos dedicamos a la danza tenemos tantas cosas que hacer para montar una obra, que terminamos aislándonos para crear, investigar, mantener el cuerpo en estado, estrenar, lograr que venga la gente, y a la vez subsistir; muchas cuestiones que hacen que las producciones no maduren, pero a la vez que los bailarines y coreógrafos no se dediquen a defender espacios políticos o de gestión, a reflexionar sobre su historia, todo eso que al final nos falta. Es como un ‘sálvense quien pueda'. Al final todo se diluye".
Así y todo, durante su gestión al frente del área, pudo lograr no sólo programar espectáculos de danza, sino organizar ciclos de producción compartida, que incluyeran diversas temáticas, o diversos formatos, como el Al fin solos, un ciclo creado en 1999 que contaba con jurado y promovía la investigación y la creatividad.