Sombras de arena es el curioso nombre de la naciente compañía que, mezclando lo arcaico con la tecnología de punta, debutó con Bambolenat en la Ciudad Cultural Konex.
Buenos Aires ya nos tiene acostumbrados a las sorpresas. Sabemos que, mientras otros descansan, los teatreros experimentan y que en el verano ponen toda la carne al asador. Pero nunca imaginé que en pleno febrero iba a poder disfrutar de una de las experiencias teatrales más fascinantes que he visto. Inmediatamente quise conocer a los integrantes del elenco quienes, para ser sincera, eran ignotos en mi universo teatral. Matías Haberfeld, Natalia Gregorio, Alejandro Bustos, Germán Cantero, Gabriel Landolfi y Daniel Tur no eran nombres que me sonaran demasiado.
Propuesta hecha, propuesta aceptada.
Cinco días después subía entusiasmada al estudio que comparten Natalia Gregorio y Alejandro Bustos, sin saber muy bien con qué me iba a encontrar. Matías Haberfeld, recién bajado de un micro de larga distancia, también me esperaba, mate en mano.
Después de las presentaciones de rigor, nos pusimos a hablar de Bambolenat. "Todo es nuevo para nosotros -me dice Bustos- desde las cosas que pasan con el público hasta cómo nos organizamos en escena. Al principio nos poníamos detrás de los espectadores porque para nosotros lo importante era lo que pasaba en la pantalla... Priorizábamos la peli". Sin embargo, la magia del espectáculo reside en que el truco está a la vista, por lo que modificaron la propuesta.
Mate va, mate viene, caigo en la cuenta de que ya hay un hermoso clima generado, ese mismo clima que el grupo logra crear en el Konex. La magia no está en la obra, está en la gente que la hace.
-¿Bambolenat significa algo, o es una palabra inventada por ustedes?
Alejandro Bustos: -Ya va a hacer dos años que unos amigos nos juntamos en este estudio, todos los miércoles, para comer, para agarrar cosas que andan dando vueltas y jugar. Yo hacía un año y medio que estaba experimentando con dibujos de arena. Puras ganas sin tecnología. Lo que hacía era, en mi primitiva mesa de arena, colocar un espejo y dibujar al revés para que los chicos vieran al derecho.
Matías Haberfeld: -Igual, hacíamos las sombras y había que empatar en la cabeza el dibujo que estaba en el espejo y la sombra.
A.B.: -Era muy loco. Hasta que un día apareció el proyector, que es el gran mago. Ahí nos dimos cuenta por dónde iba la cosa. Y Gabi (Landolfi) que es músico étnico, muy arraigado a la cultura hindú, la que estudia e investiga, empezó a meter como saludo cuando llegaba acá el "bambolenat", algo así como "hola, ¿cómo están?".
-Pero, ¿es un saludo o es un invento?
M.H.: -Es un saludo.
A.B.: -Tiene que ver con el dar, con el convidar, con el compartir. Y tiene que ver con uno de los estados más tranquilos de Shiva. Un día dudamos que la palabra fuera un invento de él, pero ya estaba incorporada en nosotros como saludo.
M.H.: -Además empezó a tomar un significado para nosotros que vaya uno a saber si la palabra lo tiene.
A.B.: -Ya la hicimos más argentina, casi como un cantito de hinchada. Nos damos ánimos con "bambolenat".
-La historia ¿viene de algún cuento hindú? Porque parece sacada de Las mil y una noches.
A.B.: -No. Trabajamos con imágenes que improvisábamos en escena, que venían del juego. Propuestas que venían de la relación de Matías conmigo, sumándose después Nati con la Diosa.
-Parece casi un mito de Génesis, en donde la vida no empieza en el agua sino en el fuego. Luego la creación de lo inanimado, la naturaleza, el hombre y la cultura.
A.B.: -Sí, es así. De todas formas lo fuimos limpiando. Al principio había meteoritos y no llegamos a los dinosaurios porque no me dejaron. Después apareció el ojo, que es a la vez un dios y una invitación a mirar. Fue evolucionando cuando lo sacamos del estudio y lo empezamos a mostrar. Queríamos mantener la simplicidad en la historia, porque estamos aprendiendo una técnica que es nueva para nosotros y estamos más preocupados por la conexión entre nosotros y la concentración durante el espectáculo.
-¿Cuándo incorporaron al personaje del narrador? Porque es algo muy raro un narrador que no hable.
A.B.: -Dani (Tur) estuvo desde el comienzo. Él estaba acá, hacía asistencia, pero faltaba su lugar dentro de la obra. Hasta que, cuando empezamos a mostrar el trabajo, nos dimos cuenta de que hacía falta un narrador.
M.H.: -De hecho, al principio él hablaba en un dialecto rarísimo.
A.B.: -Le da la bienvenida al público y prepara todo el set para que el cuento suceda. Después fuimos ajustando; las palabras nos parecía que estaban de más, aunque ahora nos damos cuenta de que no es fácil contar un cuento sin palabras. Pero tenemos recursos visuales y auditivos que al público le disparan estas cosas primitivas.
-Incluso contarlo sin palabras lo hace más universal y más accesible a todas las edades. Aunque me parece que ustedes están más conectados con el teatro para chicos.
M.H.: -Trabajamos mucho en eventos, en animaciones, en círculos más privados. Y ahí laburamos tanto para chicos como para adultos. Igual, trabajamos desde el mismo lugar para los chicos que para los adultos.
A.B.: -Pero espectáculos en sala para adultos no hicimos nunca. Trabajamos con Natalia para escenografías de Pipo Pescador, teatro infantil en general. Veo a un público infantil y me quedo tranquilo. Recién ahora con Bambolenat estamos experimentando con adultos. De todas maneras, lo que nos interesa en los dos casos, es que el cerebro vaya paralelo con lo sensible. Yo siempre me acuerdo de un espectáculo que vi, en el que un tipo apareció en escena, se sacó un zapato, se sacó una media, la puso en la mano, le agregó dos ojos y estuvo cinco minutos con ese bicho alucinante que había creado. Después le sacó los ojos, se los puso en el bolsillo, se puso la media, el zapato y se fue. Ese tipo de propuestas siempre me gustaron y me parece que una de las cosas más lindas de Bambolenat, además de todo el amor y el laburo que le pusimos, es esa. Tiene la tecnología suficiente para que la magia no se pierda, para que lo primitivo resalte. Porque en la obra convive lo nuevo con lo ancestral. Toda la tecnología de Germán (Cantero*) y lo artesanal de Gabriel (Landonfi*).
(*) Bustos se está refiriendo a los dos músicos que integran el elenco; el primero, encargado de los sintetizadores y la música electrónica; el segundo, responsable de ejecutar en escena instrumentos étnicos como mrndangam, didgeridoo, flautas y melódica.
-Natalia: ¿cuánto hace que trabajás con teatro de títeres?
Natalia Gregorio: -Es la primera vez. Me interesan mucho los títeres de sombras. Siempre me gustaron, pero es mi primera vez. Salió acá jugando los miércoles, en donde cada uno venía y traía cosas. Yo me hice un títere y así entró la Diosa a la pantalla, jugando -es que este espectáculo surge como necesidad de un cable a tierra en un grupo de amigos. Los integrantes de la compañía se conocen hace muchos años, trabajan juntos en eventos, conocen mutuamente sus creaciones; pero necesitaban un espacio ajeno al trabajo para poder explotar sus necesidades artísticas desde el puro placer-.
A.B.: -Ésa es la gran deuda de los artistas que trabajamos en eventos. Decimos "Loco: nos tenemos que juntar a jugar". Para mí, una de las cosas más importantes que se generó en el grupo fue mantener los miércoles a lo largo de dos años. Esto que hacemos es pura sangre, surge de una necesidad artística y no económica. Por eso nos pone tan contentos la respuesta del público -como una casa abierta, suena el timbre y llega Gabriel Landolfi con una bolsita de cedrón para aromatizar una nueva ronda de mates-.
A.B.: -¿Viste? Esto es una familia... Viene el tío con cedrón... -una familia un tanto ecléctica. A pesar de que ya los voy conociendo un poco, todavía no me suenan familiares ¿Será que no todos vienen del teatro?-.
M.H.: -Tengo formación en danza, pero mucho más en expresión corporal, mimo y clown. Si tengo que elegir a mis maestros, definitivamente son Escobar y Lerchundi*, aunque también estuve en la escuela de titiriteros del Teatro San Martín.
(*) Roberto Escobar e Igón Lerchundi son los pioneros del arte del mimo en nuestro país y en Latinoamérica. En año 1959 ambos formaron la Compañía Argentina de Mimos y con ese nombre recorrieron buena parte de América y Europa. En los ´60 tuvieron la oportunidad de estudiar en París con Etienne Decroux, creador de la mímica del siglo XX. En 1973 crearon el Mimoteatro Escobar-Lerchundi, único teatro dedicado al Mimo en toda América y uno de los pocos existentes en el mundo, en donde funciona su Escuela de Mimo)
-Fuiste a la Escuela de Titiriteros pero no manipulás ningún títere en este espectáculo.
M.H.:-No. Pero igualmente estoy muy tranquilo. Creo que la escuela me abrió la cabeza, más allá de la posibilidad de poder manipular. Con Ale hicimos un espectáculo en donde contábamos un cuento con títeres. Él lo hacía como dibujante y relator y yo lo hacía con mi payaso. Me vinculo muy bien desde afuera con los títeres. El código ya lo tengo bien incorporado.
-Alejandro, con vos pasa algo parecido, porque pareciera que tenés formación en dibujo pero te dedicás al teatro.
A.B.: -En realidad yo era dibujante pura sangre (o eso creía). Me inicié como diseñador gráfico porque a la hora de pensar en cómo vivir del dibujo fue lo primero que se me ocurrió. Después me metí en diseños de dibujos animados en la productora de Jaime Díaz (más fue lo que aprendí que lo que trabajé); luego empecé a trabajar como realizador escenográfico, con esculturas de gomaespuma; también trabajé muchos años como ilustrador en agencias de publicidad donde no había photoshop ni computadora, sino que hacíamos todo con aerógrafo. Y el aerógrafo me ayuda con la arena, porque el resultado del dibujo es muy parecido. Finalmente empecé a trabajar en animaciones para chicos gracias a la insistencia de un amigo. Ahí comencé a relacionarme con payasos, magos, actores... salí del tablero, de estar solo dibujado y pasé a ser un dibujante más sociable. Dentro de las artes escénicas sólo tengo formación como titiritero, porque empecé a estudiar realización y encontré entonces que lo más divertido empezaba cuando el títere estaba terminado. Manejarlo, darle vida al personaje... Ahí comencé a relacionarme con titiriteros... y ahí salió mi parte histriónica.
-¿Tu historia es parecida, Natalia?
N.G.: -No, para nada. Yo hice Bellas Artes, me recibí en Escultura y tengo muchos trabajos hechos. Mientras estudiaba empecé a trabajar en realización de escenografía. Cuando me recibí hice un posgrado en Arte Terapia y trabajo con pacientes psicóticos, a la vez que doy clases de arte para chicos.
-Puramente por el lado de la plástica.
N.G.: -Sí. Había hecho talleres de teatro cuando era más chica, pero habían quedado ahí, en el pasado. En cuanto a artes escénicas siempre había estado del otro lado, con los técnicos, con el armado de la escenografía. Ésta es la primera vez que estoy adelante del público. Es nuevo.
-Y vos Gabriel, que le aportás la parte oriental al asunto: ¿trabajaste en teatro?
Gabriel Landolfi: -Bueno, yo nunca me recibí de nada (risas generales) nunca terminé de estudiar nada y creo que nunca voy a terminar de estudiar nada. Tengo una educación de maestros. En este momento estoy estudiando tablas; y hace más o menos ocho años que vengo estudiando mirdangam, que es un instrumento folklórico de la India. Y después, tengo maestros en la vida de todo tipo. Con las artes tengo abiertos un montón de caminos, porque hago cosas plásticas, tengo personajes y los interpreto a través de la música.
-En el espectáculo lo que parece es que primero llegó la música y que luego los personajes y la historia se armaron sobre ella.
A.B.:-Así es. Primero fue la música y después fue darle más carácter. Igual Gabi está acostumbrado, por trabajar en eventos, a tocar en público y a tener presencia y actitud en el escenario.
-También los instrumentos son muy raros y funcionan como objetos artísticos.
M.H.: -Además los chicos están en escena, no están dibujados. Son parte de todo lo que sucede y entonces uno no puede estar como en lo cotidiano.
-De todas formas, más que como grupo de teatro, tienen la dinámica de una banda musical.
A.B.: -Yo siento eso -y el resto asiente-. El otro día hicimos una función al aire libre en Ingeniero Maschwitz y nos pedían otra, como si fuéramos una banda. Un bis.
-La sensación es que hay mucha improvisación en escena, como si fueran un grupo de jazz. Tienen pautas, lineamientos de la historia, dinámicas espaciales, pero todo eso les sirve para poder improvisar con más libertad, sobre todo a partir del ritmo de la música.
A.B.: -Y eso es lo bueno, porque uno puede volar y conectarse. Cuando recién empezábamos, jugábamos con Mati en la pantalla; él se escondía y yo lo trataba de encontrar. Esa dinámica quedó; nos decimos "está pautado esto, pero igual podemos jugar". Una vez le bajé más todavía el túnel que le dibujo, y tuvo que terminar reptando por el piso.
M.H.: -Estamos abiertos a lo que viene, que es, en realidad, el principio de la improvisación. Si él me propone que tengo que irme arrastrando, tengo que hacerlo, ser perceptivo con la propuesta y aceptarla.
-Paradójicamente donde pareciera que hay menos improvisación es con el personaje del narrador. Parece más pautado.
A.B.: -Es que el narrador no está del todo definido, porque es el más nuevo. Al principio estaba todo el tiempo al lado de la pantalla, pero no nos gustó.
M.H.: -Nos parece interesante que esté, que haya alguien que lo cuente. Más allá de que es obvio que somos nosotros los que estamos contando.
A.B.: -Y aparte que le dé la bienvenida a la gente.
M.H.: -Él es el nexo entre el público y nosotros. Es quien invita al momento del cuento.
-¿Y el fuego que sale del libro cuando él empieza a contar?
M.H.: -Es que Daniel es mago.
A.B.: -Y dejame que yo te haga una pregunta, porque para nosotros es difícil desde adentro. El personaje ¿se ve todo el tiempo, o lo dejás de ver porque la atención está puesta en la película?
-Lo que pasa es que no hay una atención permanente en ningún lado. No hay una percepción homogénea en ningún momento, y esa es una de las cosas más lindas que tiene Bambolenat. El espectáculo son todos ustedes, los seis integrantes -un grupo ecléctico de amigos que dio como resultado un bellísimo espectáculo. O mejor, como me dijo Gabriel cuando ya me iba, un ensamble infinito-.