El criterio de los curadores del Festival Internacional de Buenos Aires para traer un grupo o compañía internacional y no otros, o pagar un pequeño cachet para mostrar algunas obras nacionales elegidas y dejar otras de lado, es ciertamente un misterio. Suponemos que responde a una cantidad de variables que son difíciles de develar, así que lo que nos fue dado para ver, es lo que analizaremos. Y no lo haremos con juicios de valor sobre las obras, sino en un sentido general, poniendo la mirada en los detalles que diferencian o asimilan las producciones vistas. Parecerá esquemático y, sin embargo, el ánimo que nos mueve es simplemente reflexivo.
Los autores de los espectáculos internacionales de danza aquí vistos, parecieran haber intentando compartir sus puntos de vista contextualizados en su entorno socio-cultural, a través de sus obras (a pesar de que no son actuales, ya que las obras traídas fueron estrenadas hace, al menos, un par de años). Desde lo individual a lo comunitario, intentaron mostrarnos una opinión que abarcara la mirada personal sobre lo vivido en cada sociedad de pertenencia (con excepción de los japoneses, que por características propias de la danza Butoh, tomaron una temática más universalista), a pesar, claro, de que nos haya parecido, desde nuestra propia pertenencia a una cultura muchas veces más ajetreada y violenta, un tanto ingenuo y hasta light el tratamiento de temas serios como la discriminación, el individualismo a ultranza, el neoliberalismo, todo lo que impide ver la necesidad del otro y refuerza la falta de compromiso. Esos temas parecieron ser verdaderos disparadores, de manera explícita o soslayada, y se vio cierta preocupación por darle un sentido crítico a las obras. Sin embargo, en la composición, en la clasificación y organización del material, en la metodología, se vislumbró cierta falta de riesgo escénico o alguna condescendencia con una respuesta de empatía del espectador. Quizás esto no sea tan obvio en la obra de la argentina radicada en Alemania, Constanza Macras, pero el humor y las coreografías al estilo Bollywood (cine hindú) muestran esa búsqueda. En las obras extranjeras (exceptuando, por supuesto, la de los japoneses de Sankai Juku, cuyo lenguaje es muy específico), en lo concerniente al lenguaje de movimiento, es decir, a la forma de usar los cuerpos y de moverse de los bailarines (excelentes sin lugar a dudas), nos sorprendió la gestualidad teatral y las técnicas orientales, como el kathak o las danzas hindúes, directamente llevadas a las coreografías, así como también, recordadas técnicas de danza contemporánea de los '80, repetidas en los '90 y vueltas a reciclar (especialmente por los holandeses).
También vimos muchas ganas de bailar como en los videoclips musicales: con unísonos muy rítmicos, con elementos del hip hop o el jazz, algo que acá está, asimismo, de moda. En lo referente a la espacialidad y temporalidad, se trató de organizar el material de dos formas: a la manera de la composición musical (como estrofas, cánones, leit motiv, repeticiones, tema y variaciones, etc), o a la manera literaria, con presentación, desarrollo y fin, personajes, narración lineal, clímax narrativo, etc.
Una mención aparte se merecen los diseños de iluminación, destacándose por sobre la propuesta general de las obras, iluminación realizada a la vieja usanza: con elementos de iluminación teatral más que con proyecciones digitalizadas.
Todo lo anterior, aventuramos a conjeturar, funcionaba como acompañamiento de un objetivo central, cual era la comprensión por parte del espectador del tema o la opinión del autor sobre una temática elegida.
Los espectáculos seleccionados para representar la producción nacional hacia los visitantes y los espectadores locales, y por supuesto frente a los productores y programadores que vinieron especialmente para el evento, en su mayoría (incluso en la cartelera actual, ya que de ello podemos dar cuenta) parecieran tener una lógica muy diferente y a veces opuesta a la descripta anteriormente. Por un lado, en ellos la temática es una excusa para trabajar en algún dispositivo escénico, o un material netamente corporal a veces lindante con lo gimnástico, que busca el efecto en la percepción del espectador, el deslumbramiento a partir de lo kinestésico o de lo visual.
Entonces las obras giran alrededor más bien de ideas, imágenes (narrativas o formales) buscadas desde lo estético (canónico o no), más que de opiniones, vivencias, particularidades del autor u observaciones de su entorno social. Las temáticas rondan tópicos usados, por ejemplo, en el teatro off de nuestra ciudad, tales como las relaciones disfuncionales, el amor y la soledad en sectores medios, la juventud, etc. O bien el uso y abuso de la tecnología de vanguardia (aún para nuestro medio). Pero la forma de organizar y mostrar el material, quizá poco desarrollado o escaso en comparación con los espectáculos extranjeros, siempre con más tiempo de ensayo y mayor presupuesto, resulta más arriesgado, menos lineal, más interdisciplinario, mucho más rítmico.
No sabemos por qué resultan estas diferencias, pero lo que podemos concluir, primeramente, es que la globalización no iguala ni homogeniza las producciones artísticas, por más que la información corra en líneas paralelas por el mundo.