Jueves, 27 de Febrero de 2003
¿Cuál es el espacio del tiempo de la última hora?
Un intervalo divide el tiempo escénico de "La última noche de la humanidad" en dos. El tiempo número uno, tiempo originario, primitivo, informe, nos deja ver al hombre (un hombre genérico) en términos más musicales que verbales. La lengua civilizada ha sido vuelta atrás. Nos encontramos antes de la norma. En plena orgía barrosa. El mundo de lo grotesco –y con él la figura ya trabajada por El periférico de Objetos de “Ubu Rey”- es puesto en marcha; los agujeros del cuerpo, la suciedad, la excrecencia, lo sexual, la zonas bajas. Apenas acordeones son herramientas para significar y prefigurar el discurso. Los cuerpos no visten más que barro, y el contexto que los contiene es construido por la misma materia. Barro, más barro, cuerpo y más cuerpo; una mezcla casi festiva, que bordea lo patético. Cuando cae ese universo, y con el sus paredes (las paredes escénicas), una voz no teatral pide que nos retiremos de la sala.
El intervalo sobreviene como materia expresiva, que se resignifica luego del segundo tiempo. Hace falta entonces, entre un tiempo y otro, una pausa (“higiénica” –como indica el programa de mano-), que si bien es físicamente necesaria para que los actores se cambien, bañen, limpien, civilicen, también es necesaria para inscribir el tiempo indefinido, el que se va a elidir, el que no se va a narrar. Si la última noche de la humanidad es la del primer acto –como indica el programa de mano-, el segundo acto es un resto, un número negativizado de humanidad. Ya no hay ni día ni noche. Pero en el programa se nos indica que en el segundo tiempo encontraremos “el primer día” de esa otra cosa; pues entonces si hay día, probable es que haya también una especie de noche. Entonces, el último instante nocturno –de la humanidad o de esa otra cosa- pude transcurrir también en el segundo acto; igualmente ya es tarde... Sólo queda un televisor con letras que corren. ....Nada más.
El segundo tiempo, opuesto pero complementario, presenta un cuadrado blanco, que funciona como cárcel. Los integrantes humanos comparten prioridades con los electrodomésticos que se alojan en la zona. Todo es en color blanco (la heladera, el piso, la mesa, la silla, el hombre). La orgía que antes “mezclaba” ahora, civilizada, “unifica”, homogeneiza, compartimenta. Una voz en off, desde arriba (los actores miran hacia arriba cuando le quieren responder) les da órdenes en ingles, y ese idioma se torna ley. Si tienen hambre se les convida con un programa de cocina, tan en boga actualmente, cuando el hambre está tan en boga. Ahora no sólo la norma es sentencia, sino que ya no hay nada fuera de ella. La transgresión no entra en el cuadrilátero. Ni siquiera se puede salir de él. El ambiente es “panóptico” (1) por excelencia, racional (zona alta del cuerpo). Si antes la figura que primaba era la del Rey grotesco, ahora flotan en el aire las imágenes de las comunidades actuales del tipo de “Gran Hermano”, comunidades casi tribales por el grado de primitivismo invertido. Y me parece que aquí está el punto en donde deberíamos poder pensar dónde se ubica la última hora nocturna del hombre, y donde son los comienzos y los fines que van de la civilización al primitivismo y viceversa. Y por eso antes hablaba de “complementariedad”; el Dios Apolo da forma a lo informe –Dionisos-; mientras el barro desajusta y ensucia, el blanco “cuadriteraliza” y limpia.
En esta propuesta Veronese, Alvarado y Wehbi apuestan al trabajo con los actores, más que a la manipulación de los objetos. Aunque en el primer tiempo y de un modo muy efectivo, la masa humana o pre-humana queda desdibujada tras la presencia de los muñecos. Si bien se extraña mucho el efecto generado por este grupo en el trabajo de manipulación con los objetos, las actuaciones de los actores (Román Lamas, Federico Figueroa, Emilio García Wehbi, Maricel Alvarez y Eliana Niglia) son interesantes. Al servicio de una tesis, de una idea que quiere llevarse a escena, los actores no son protagonistas, sino más bien portadores.
Desde el punto de vista narrativo, parecería ser que la primer parte muestra, describe, deja ver. Funciona como prólogo o presentación. Y en la segunda se construye, se cuenta. Por esta razón la primera parte parece dilatarse, ya que desde el primer momento se entiende lo propuesto y luego no se va agregando mucho más. El tiempo primitivo suma imágenes que aportan al mismo concepto, el tiempo civilizado, en cambio, suma imágenes, palabras, acciones que agregan conceptos.
Hablamos aquí de “tiempo” porque la palabra “última” implicada en el título nos es indicio de esa ubicación. Es en realidad lo que indica el momento antes de un fin, y ese momento, dilatado siempre -y más en las instancias de representación- pide un espacio, y como el espacio está derruido a estas horas de la humanidad, y como ya no hay posibilidad de poesía después de Auschwitz porque ha sido desgarrada de una vez y para siempre -como dijo Adorno-, el intervalo, el fuera de sala, el costado de la representación, es el espacio para lo indecible, y ahí es la hora, la noche última, justo antes de la supuesta humanidad, o de esa otra cosa...o justo después de la verdadera humanidad. Quién sabe...
...O justo lo peor es que esa “otra cosa” tan dramática siga siendo humanidad, por eso padecemos, por eso sangramos –la ropa blanca del actor se ha manchado con rojo-.
1) Jeremy Bentham (1931-1989) ideó un dispositivo de control llamado panóptico: espacio carcelario en donde las personas encerradas son miradas por el carcelero. Estos marginados nunca pueden acceder a la certeza de que hay efectivamente una presencia que controla, ya que, por un sistema óptico, siempre parece que hay alguien controlando. De este modo la autoridad se vuelve reticular, está en el poder, pero más terriblemente está en cada uno, en la autocensura.
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