En una casilla del conurbano bonaerense, la tragedia se asoma. Esta frase podría ser el título de una noticia del sector policial del diario. A la orden del día nos sacuden con tragedias cotidianas. Robos, secuestros, asesinatos, violaciones, vuelven una y otra vez, apenas uno enciende la televisión, la radio o la web.
Pero hoy no estamos hablando de realidad, sino de representación. En una casilla del conurbano bonaerense la tragedia se asoma. Ciudadela. Representación.
Ciudadela no se nombra. Ciudadela podría ser cualquier lugar que sirviera de defensa con grandes fortificaciones. Ciudadela, en la ópera prima de la joven actriz Belén Parrilla, es el mismo hogar. Casilla presentada, a la vez, como fortín. En ella, sus personajes están atrincherados y la fricción entre ellos se vuelve tensión a punto de estallar.
La directora eligió como punto de partida sortear el enigma de cómo poner La Ilíada de Homero, traduciéndola a un espacio marginal. En este punto Parrilla acierta, al actualizar la tragedia desde una mirada cruda de nuestra realidad. Una chica es raptada por un muchacho que la lleva a la casilla donde vive con su familia. Allí comparten un hacinado lugar, rodeados por los hermanos, una hermana que chorrea sangre y una madre no muy lúcida. En este espacio, la ley no la imparte la justicia. Las instituciones ni siquiera tienen lugar en este mundo. La ley la impone el más fuerte, extinguiendo la vida, corrompiendo el cadáver.
Parrilla enriquece la dirección, al aportar a sus personajes cierto toque tumbero en el andar y el hablar. En el cine y después en la televisión, en muchas películas y series argentinas de la última generación, hemos visto este toque, que muestra cariñosamente la crudeza, en un realismo particular. Uno de los hallazgos de este cine de los ‘90 se caracteriza por incorporar un hablar coloquial. Y aquí la puesta también recurre al hablar coloquial, caracterizando a los que viven en esa condición social. Así como “las pantallas audiovisuales de nuestro tiempo son el espejo sociocultural en el que la comunidad y cada uno de sus integrantes se proyectan y se auto reconocen, construyendo parte esencial de su identidad”1, Belén Parrilla logra que reconozcamos a estos personajes marginales, sin caer en el bajo estereotipo.
Desde el punto de vista técnico, el espectáculo cobra un ritmo interesante, sin abusar del uso del recurso del apagón entre escena y escena, o las varias entradas y salidas de los personajes. El relato resulta atractivo gracias al trabajo de un impecable elenco, donde todos se lucen, debido a la ajustada dirección. Hay que destacar la labor de la escenógrafa Marina Frecha, quien encuentra una síntesis acertada del espacio que se buscar recrear.
Como bien se narra en La Ilíada, entre pelea y pelea los combatientes ingerían grandes cantidades de proteínas. Asimismo, “Séneca indicaba que entre los grandes comedores de carne podías encontrar tiranos, organizadores de masacres, guerras feudales y fratricidas, instigadores de asesinatos, traficantes de esclavos…”2. Siguiendo este pensamiento, podemos arriesgar que la escena del banquete, hacia el final de la obra, no anticipa la resignación, sino, más bien, ¿no está anticipando el próximo combate? Tal vez, como titula una de las escenas del texto de Ciudadela, “lo inevitable convive con nosotros y espera, latente, su momento de tragedia”.
1 Barreras, Luis; “Nuevo cine argentino: transformaciones, representaciones y economía de un fenómeno sociocultural”, en Anuario de investigación 2003, op. cit., pág. 175.
2 http://www.ivu.org/spanish/congress/euro97/consequences.html