Vuelve la rabia es la intersección de tres universos: el del catch, el hospitalario y el de la canción. A través de esta inusitada unión, la obra narra la historia de una caída… del cuadrilátero.
Las reflexiones acerca de las tensiones entre la máscara y el rostro son tan antiguas como ambas partes del binomio, e incluyen referencias a las simulaciones, imposturas o sinceridades que tanto una como otro, ocultan o propician. Existe una inquietante aseveración que explica lo siniestro de la máscara por la reminiscencia a la muerte que suscita su visión: debajo de la máscara puede no haber nada, puede haber la nada, puede haber la muerte.
Los luchadores de catch utilizan máscaras por varios motivos. Uno de ellos es práctico: si su identidad no se revela, pueden interpretar varios personajes. De lo práctico surge lo simbólico: la verdadera identidad del luchador es la de su personaje, construido en base al misterio, origen de su estatura épica. Y de lo simbólico surge lo infausto: artistas anónimos y mal pagos, condenados a la falta de reconocimiento.
Todo este pintoresco imaginario confluye en Vuelve la rabia, obra cuyo universo de sentido hace referencia, en última instancia, a la tan mentada “historia de una caída”, protagonizada fundamentalmente por un sujeto de edad madura que, perdiendo su posición de referente de los menores, pierde su propia persona (de la que participa desde el boxeador hollywoodense, hasta el Willy Lohman de La muerte de un viajante y, por qué no, el Don Zoilo de la obra de Florencio Sánchez). En efecto, no se sabe bien si el Gran Beside, tal el nombre del personaje, pierde la máscara porque está enfermo, o si se enferma porque le quitan la máscara.
Pero hay más. Vuelve la Rabia es el resultado escénico de la colisión de tres universos aparentemente inconexos: el hospitalario, el de la lucha libre y el de la canción. Cada uno de ellos aporta sus propios elementos visuales y semánticos, y de la mezcla, la prolífica coctelera arroja sus adorables retoños.
Si del mundo del catch se conservan las máscaras de los luchadores, omnipresentes durante la obra hasta en el saludo final, que impide ver el rostro de los actores, resulta más subterránea la referencia a su explotación por parte de un desaprensivo mánager en la desopilante escena de los sándwiches.
Del ámbito hospitalario, el mejor aporte es el visual. Las consabidas referencias a la decadencia del sistema de salud, puesta en evidencia en la premura que el personal de enfermería tiene por “sacarse de encima” a los pacientes, son extremadas aquí, por la circunstancia de un convenio con el Instituto Pasteur para alojar canes afectados por una epidemia de rabia. Acaso este elemento sólo constituya una herramienta para desencadenar el desenlace y como contrapartida, para titular la obra, funcionando como elemento de apertura y cierre. Más interesante resulta, en cambio, la mixtura de la señalética propia de los ámbitos públicos con los marcadores de rounds, mezcla dada por la portación de carteles por parte de las “chicas” de la obra (epíteto con el que se define al elenco femenino), quienes los exhiben desfilando por la escena.
Nos queda por último el mundo de la canción. ¡Qué encrucijada presenta hoy en día para al crítico bienintencionado la irrupción de la canción y el baile en gran parte de los espectáculos off! Su inclusión cada vez más extendida en el circuito, es un tema que aguarda una reflexión crítica más profunda, pero adelantemos que en unos pocos casos representa una poderosa herramienta expresiva, en varios un coqueteo con la comedia musical y en muchos un auténtico manotazo de ahogado ante la necesidad de resolución escénica de las obras. En el caso que nos ocupa, la canción, generalmente romántica, se presenta como reverso de las carencias comunicativas de estos adustos personajes, condenados a realizar peligrosas piruetas en el cuadrilátero, por lo que lo musical presenta un jocoso contrapunto.
En lo que respecta a las actuaciones, las mismas presentan todas las bondades físicas y algunas de las falencias verbales propias de la escena actual. Los luchadores son los personajes más definidos y los actores sacan partido de ello. Las “chicas” se reparten entre la que hace uso de la palabra, con una actitud canchera e indignada en demasía, y la que usufructúa de la tan mentada ventaja que poseen los personajes mudos. Estos personajes siempre resultan deliciosos cuando están bien desarrollados, aunque aquí no le hubiera venido mal al espectador una vuelta más. Acaso ella fuera finalmente la médica. Ojalá…