Un sábado frío caminaba por las desérticas calles del microcentro. Pasé por Plaza de Mayo, por la imponente Catedral y doblé bordeando el Banco Nación. Me metí en la calle Reconquista. Un escalofrío me invadió... Es que ese mismo día había andado por esas mismas calles esquivando gente y ahora no había nadie. Me dirigía a un convento.
Aclaro, queridos lectores, que la que escribe no cambió el teatro por los votos. Sino que se acercó a ver al grupo TEAC (Teatro Argentino de Cámara).
El TEAC, llevado adelante por Martín Barreiro, se aloja desde hace más de diez años en el convento de San Ramón Nonato de Buenos Aires, un lugar curioso por varios motivos. Por un lado, arquitectónicamente es único (de hecho está declarado monumento histórico), ya que fue construido allá por 1601. Por el otro, porque en general no es frecuente encontrar las puertas de un convento abiertas a la comunidad (aunque suene paradójico). Y este lugar no abre únicamente para las funciones de teatro, sino que de día es elegido para almorzar por los oficinistas, que se sientan con sus viandas en el patio central, puesto que es una ámbito tranquilo y agradable, que se contrapone al acelere propio de las finanzas.
Esta compañía tiene un repertorio dedicado a los clásicos, específicamente de la época medieval, renacentista y barroca. En otros países es común formar un elenco dedicado exclusivamente a repertorios de teatro clásico, pero en Buenos Aires debe ser una de las pocas existentes.
La obra que nos convoca es Macbeth, de William Shakespeare. El clima opresor, que después se afianzará en el espectáculo, se advierte a través de la música que nos invita a subir las escaleras e ingresar en la sala, ubicada en el piso de arriba de dicho convento.
La dirección y adaptación de Barreiro respeta, en líneas generales, el original y no intenta producir una nueva lectura. Pero se toma la licencia de producir algunos cambios ligados a los personajes que incluye Shakespeare. Sólo los principales son interpretados cada uno por un actor (Macbeth, Lady Macbeth o Malcolm), mientras que en el caso de los secundarios los actores interpretan a dos o tres personajes (como sucede con Banquo, ya que el mismo actor hace a la vez de médico, o con la que interpreta a una de las brujas, que al mismo tiempo es Hécate y Lady Macduff). Algunos personajes de menor importancia directamente fueron suprimidos. Esta decisión trae la ventaja de trabajar con un elenco más pequeño, pero trae la dificultad de que algunos actores estén muy bien en un primer papel, pero en los otros pierdan matices.
Todo el elenco asume la declamación como el único modo de decir de estos personajes. Esta actitud, sumada a un ritmo contundente desde un comienzo, provoca el agotamiento de estos dos recursos (declamación y ritmo) al momento de las escenas finales, desencadenantes de la tragedia.
A pesar de estos puntos, el elenco se muestra seguro y defiende intensamente la difícil y compleja tarea de poner a Shakespeare.
Hombre o mujeres encapuchados de negro nos acompañan a retirarnos y abandonar el convento. A medida que nos acercamos a la avenida, volvemos a iniciar nuestro trayecto hacia las luces que encandilan y el bullicio de la gente.