Kiev

Un material que resulta de la investigación de su autor -Christian Lange- sobre el antisemitismo en el Imperio Ruso a comienzos del siglo XX. Una casa en Kiev, durante 1911. Paredes adentro, un abogado judío que comparte su morada con sus hijos y la ama de llaves, no termina de superar la pérdida de su esposa. Afuera, se concretan ataques brutales contra las minorías raciales y étnicas con la tolerancia del gobierno de turno. Con la "judeo-fobia" como punto de partida, la obra toma como uno de sus ejes principales a la identidad, cuando se asume contra otros.

Sinopsis
Año 1911, Kiev, Ucrania. Moshé Bloomstein quedó viudo hace dos años y vive con sus cuatro hijos pequeños y con su ama de llaves e institutriz, empleada en la casa desde hace más de catorce años. La aparición en la ciudad del cadáver mutilado de un niño, desencadena una serie de eventos y reacciones en cadena tanto en los vínculos entre los protagonistas, como en la ciudad y sus habitantes.
La obra trabaja ambos procesos: el que sucede paredes adentro, y cómo se ve afectado por lo que pasa en las calles.

Kiev en 1911: Contexto histórico socio-político

Kiev es la capital y principal ciudad de Ucrania, situada a orillas del río Dniéper. Es conocida como "la madre de las ciudades rusas" y desde antes del año 1000 se convirtió en el corazón del cristianismo en Rusia. Los ucranianos (también llamados "pequeños rusos") son mayoría absoluta en la población. Existen minorías de bielorrusos, moldavos, húngaros, búlgaros, polacos y tártaros. La mayoría son cristianos de la Iglesia Ortodoxa. Pocos son católicos y menos aún son los protestantes, musulmanes y judíos.

El Imperio Ruso está gobernado por el Zar Nicolás II que ascendió al trono en 1894 y será obligado a abdicar en 1917. Durante su gobierno ocurrieron dos importantes eventos históricos: la guerra ruso-japonesa por los territorios de Manchuria, y la Revolución de 1905. Ambas situaciones lo obligaron a iniciar una serie de reformas y concesiones que llevarán, más adelante y tras el estallido de la Primera Guerra Mundial y la Revolución de 1917, al final del Imperio.

La obra comienza el 20 de marzo de 1911. Para entonces, el clima social y político está marcado por una nueva ola de antisemitismo. El zarismo fue sacudido por la Revolución de 1905 y por la derrota en la guerra contra el Imperio Japonés. El ambiente se encuentra enrarecido y conviven tendencias conservadoras, reformistas y revolucionarias. Al interior de cada uno de estos grupos existe -con distintos matices- un sentimiento anti-judío. Una palabra empieza a hacerse conocida: pogrom (devastación). Se trata del ataque contra la propiedad o la vida de minorías nacionales, raciales o religiosas, realizado por multitudes y aprobado o tolerado por las autoridades estatales. Ataques y matanzas emprendidas contra los judíos. El primer pogrom ocurrió en la Rusia zarista en 1881 después del asesinato del Zar Alejandro II. Después de la Revolución de 1905 hubo ataques en seiscientas ciudades y pueblos. Miles de judíos fueron asesinados y sus casas saqueadas o destruidas. Uno de los motivos o fundamentos de estos ataques era la idea de "castigar" el supuesto ritual atribuido a la religión judía consistente en asesinar niños cristianos para beber su sangre durante las celebraciones del Pesaj.

Cuenta Christian Lange sobre el texto

La obra nació en un taller de Dramaturgia coordinado por Susana Torres Molina, en un ejercicio que utilizaba como disparador la imagen de una tarjeta postal. Una vez escrito, trabajé el material en correcciones cada vez más "finas", siempre supervisado por Susana, hasta llegar a la versión que presenté en el Concurso de Obras de Teatro organizado por Teatro El Búho, con el auspicio de ARGENTORES (Jurado: María Esther Fernández, Alicia Muñoz y Beatriz Mosquera).

Cuando apareció la primera escritura y la decisión de darle un "clima de amenaza" a las relaciones entre los protagonistas, descarté situarla en la Europa de entreguerras y el tema del nazismo porque es un camino muy transitado en nuestro teatro con diversos resultados. Investigué entonces otros contextos, más cercanos al inicio de siglo XX. La investigación me llevó a profundizar en la "judeofobia"; y llegué a Kiev, a 1911, y al Caso Beillis.

Tomé esos hechos reales y armé la historia absolutamente ficcional entre los protagonistas. Todo los que se "ve" en el escenario es una ficcionalización sobre la repercusión en la vida cotidiana, en los vínculos y en los estados de tres personajes concretos y específicos con sus propias identidades y conflictos más allá del tema Beillis. Pero lo que ocurre "afuera" (el asesinato de Yuschinski, y todo el proceso judicial) está basado en hechos históricos reales.

Quise contar una historia de amor y una historia política. Amores no correspondidos o imposibles (el "amor sin barreras" ni fronteras), casi como un "melodrama de época" en el mejor sentido de dicha expresión. Y también contar la historia del Caso Beillis, como un "drama político-histórico".

La atenta mirada de Susana Torres Molina me previno de caer en una escritura "de época" y quedarme encorsetado en cierto estilo o cierto "manierismo" perdiendo la potencia del contenido. El estilo de escritura que apareció y que se vio reforzado partía de la convicción: "menos es más". Busqué conscientemente la máxima economía de palabras.

Finalmente, quise hablar acerca de la identidad. La subjetiva e individual; y la identidad colectiva. Quise decir algo acerca de las fronteras, que son tanto superficie de contacto como de separación. Uno de los núcleos de este texto tiene que ver con la identidad y la (in)capacidad de aceptar lo diverso, una constante y un tema universal concerniente a la especie humana que suele manifestarse en cuestiones vinculadas a nociones como "raza", "etnia", "religión", "nación", "patria" y otras.

Creo que esa incapacidad de aceptar lo diverso -lo otro- es siempre una forma de violencia que asume distintas configuraciones en cada época y lugar. Así es como a veces esas fronteras se transforman literalmente en muros. Muros que los hombres construyen. Muros que los hombres, inexorablemente, deberemos derribar.

Cuenta Alfredo Martín sobre los ejes tomados para la dirección y puesta en escena de la obra

Tomé la obra desde su particular temática en relación a lo judío, pero abriendo la cuestión a lo que sucede cuando la identidad se asume en contra de esos otros, desconociendo su alteridad más radical, viviéndolos como enemigos que es necesario aniquilar.

El lugar lejano (Ucrania) y la época (1911) no son distancias para una repetición sin tiempo.

El duelo, ritual que no cesa en el protagonista viudo, en un episodio inefable, impide la concreción del amor y remite a una imposibilidad social despertada a través de ese crimen salvaje y también ritual. Eso toca de cerca y espera justicia, multiplicando una hostilidad ciega.

El afuera ingresa por la ventana con la contundencia de una pedrada y el linchamiento podrá aplastar cualquier gesto humano, replicando el fanatismo, en un amor que mata.

Y a pesar de los encuentros y los buenos sentimientos, los fantasmas se hacen reales y se apoderan de la vida, niños incluidos, tornándose miedo: ese aparato de aniquilación atemporal, tan poderoso como efectivo.

Frente a eso, tres posibles respuestas: la huida, la renuncia, la entrega y algunas otras, las que tienen que ver con nuestro tiempo.

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