Golgota Picnic

Cada pieza teatral es una manifestación más de vivir. Por vivir entiendo muchos accidentes, recuerdos, pero también olvidos, cosas que olvidamos por miedo o vergüenza. Hacemos cosas vergonzosas y juramos que nunca hemos hecho nada humillante, lo borramos intencionadamente de nuestra memoria. Luego esas cosas afloran en las obras, disfrazadas, ni nosotros nos damos cuenta de que esos miedos y esos oprobios están ahí. Por esto la materia del artista es la expectación, la fragilidad y sus vergüenzas, y con todo eso, y a pesar de todo esto, debe hacer, no estarse quieto.

La Biblia es la fábula más fascinante, por la calidad del lenguaje y por la imaginería desbordante: ángeles que suben y caen, llamas por todas partes, cielos que se abren, milagros, demonios, muertes y torturas inimaginables, teorías sobre el amor impracticables...

Pero la obra luego despega hacia otros asuntos, relacionados siempre con la muerte. La muerte como ir a comer el menú del día, no la muerte como el fin del mundo. El fin de nuestra percepción del mundo, nuestro final biológico, no afecta en nada al fin del mundo. Morirse es algo sencillo y no debería tomar por sorpresa ni apesadumbrar a nadie.

La música es lo único que se asemeja a la divinidad en esta obra. Por eso intento que ocurra poco y nada en escena cuando Marino toca.

Si pensamos en la noción de «espectáculo», es idiota por mi parte pedirle al público que escuche una obra compuesta de movimientos lentos y que invita al recogimiento. Pedirle eso a este público, gente como yo, que vive como yo, en una realidad de terror y de absurdo, en metrópolis absurdas y crueles, plagadas de imágenes vacuas, de sonidos brutales, víctimas todos del papel moneda, es una temeridad. Pero ¿cómo no hacer la prueba, cómo no proponer a la gente Haydn tocado cada noche en un gran piano por un intérprete como Marino Formenti?

Como creador, uno no tiene elección, uno no hace ni lo que dicta la moda, ni lo que demanda el mercado; uno hace lo que puede hacer y nada más que lo que puede hacer. Si se hace a fondo y saltándose los límites expresivos que quieren imponernos, resulta que al final coincide lo que uno puede hacer con lo que uno debe hacer. Y nace la ética.

A veces debemos hacer algo que mucha gente nos aconseja que no hagamos. Es el conflicto inevitable para que algo se mueva

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