El Nobel del Amor es un espectáculo que nos impone abordar, contradictoriamente, la contradicción. Contradicción social. Contradicción institucional. Contradicción en un mismo personaje, paródico y veraz, tajante y sensible, pionero y cobarde, fundamentalmente humano.
La posición que ocupamos en la sociedad nos constituye de forma sutil, intangible. Heredamos las marcas sobre las que construimos nuestra identidad desde la primera infancia, con el pecho materno, la amorosa mirada. ¿Quién sostiene, entonces, a los desheredados?
Identidad. La de uno. La de cada uno. La de una sociedad construida sobre el hurto de la identidad de sus miembros.
Un personaje. Un cuerpo atravesado por una o infinitas historias corrientes.
Una mujer.
Una mujer que se para frente al público y desnuda su realidad, nos mira fijo, a los ojos y busca su redención interpelándonos sin contemplaciones.
Contra todo y sobre todo: el Tiempo. Ese reloj incansable que nos aturde hasta acostumbrarnos, que nos marca el ritmo hasta automatizarnos y que resurge infinitamente para recordarnos que nunca se fue, que sigue ahí, corriendo, corriéndonos, hasta el minuto final.
La reflexión colectiva, la búsqueda de opciones y la construcción de caminos, es la invitación.
Y si, quizás, entre tanta oscuridad, tendrían que poner un Nobel al Amor.
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