Adhemar Bianchi es el director del grupo más antiguo de teatro comunitario en la Argentina. Catalinas Sur es el pionero, aquel que desarrolló una forma de trabajo que deslumbró y entusiasmó a miles de personas en el país y en el exterior. Hoy, después de 30 años de aquel puntapié inicial, Bianchi mira para atrás y evalúa muy afectuosamente estas tres décadas, en las que no paró de soñar y contagiar a otros para que fueran tras los sueños. Sueños colectivos, sueños de barrio, sueños de comunidad. El arte como una práctica transformadora.
-¿Qué significa para Catalinas cumplir 30 años?
-Treinta años significa muchas cosas para un grupo humano. Significa crecimiento, significa, también, acostumbramiento a determinadas cosas, buenas y malas. Pero básicamente, el hecho de que un grupo creativo siga manteniendo el mismo espíritu durante 20 años, además de una alegría es un orgullo.
- ¿Y para vos, en lo personal, qué significa?
-Para mí personalmente? Ha sido mi vida. Uno de repente se da cuenta de que desde hace 30 años hace las cosas, poniéndole siempre las ganas que tiene de crear, de divertirse, de ver cómo otros compañeros crecen y toman los lugares de coordinación. Tenemos jóvenes que eran niños cuando empezaron y ahora son maestros. Desde ese punto de vista, todo es muy satisfactorio. Por otro lado, este también es un trabajo que en 30 años te va agotando. Por eso uno está contento con que las nuevas generaciones empiecen a tomar el lugar. Y 30 años en la Argentina con un proyecto, insisto, es para sentirse orgulloso.
-¿Cuándo sentís que Catalinas pegó un salto grande?
-Hay varios. Lo que sucede es que uno no se da cuenta en el momento en que esto ocurre. Si miro para atrás puedo decir que el espectáculo Venimos de muy lejos fue una bisagra. Después, tenemos 2001, cuando empieza el contacto con otros vecinos de otros barrios para impulsarlos a crear ellos sus grupos. Ese también fue un salto importante. El Fulgor también fue un fenómeno que nos dio visibilidad y una fuerza muy grande. Y hoy Carpa quemada cierra un ciclo del grupo Catalinas del que nos sentimos muy satisfechos, por contar nuestra historia con nuestra visión.
- ¿Y la compra del espacio para crear El Galpón, la sala?
- Fue algo importante y una consecuencia lógica del crecimiento, que trajo como consecuencia un cambio en la forma de funcionamiento, porque es distinto trabajar con funciones en la plaza o adonde te lleven que administrar una sala, tener cerca de 500 personas todas las semanas que cruzan nuestras puertas para hacer los talleres. Fue un paso que trajo una nueva forma de crecimiento, que a su vez trajo complicaciones. Pero la hemos ido llevando bien.
-¿Cuándo empezaste a imaginar una red?
-Hay una cuestión que es ideológica. Mientras que muchas veces en el mundo artístico el tema es el “yo”, nosotros nos dimos cuenta, en algún momento, de que si algo le servía a nuestro vecindario, había sanado la red social después de la dictadura, también le podía servir a otros. Ya desde el principio, cuando nos pedían que fuéramos a un lugar a dar una charla, siempre estábamos dispuestos a hacerlo y seguimos igual a lo largo del tiempo. Creemos que si lo que estamos haciendo le hace bien a la gente, si es una posibilidad de que los adultos, jugando, empiecen a crear y a opinar en esta época tan personalista y tan de los medios y de falta de protagonismo de la gente, si funcionó para nosotros, tiene que funcionar para todos. A partir del momento en que nos dimos cuenta de eso, siempre creímos que debía armarse una red. Obviamente que una red tiene muchos nudos y nuestro trabajo es fortalecerlos junto a todos los grupos que hay hoy en el país, que son como 50.
-¿Cómo evaluás el desarrollo de esta Red Nacional de Teatro Comunitario, que ya tiene 11 años?
-Con claroscuros, por supuesto. Me doy cuenta de que los grupos que subsisten dos años continúan. Desde Catalinas tratamos de advertir a los nuevos grupos de los peligros que vienen con el crecimiento, tratamos de alertarlos. Hay un momento en que las complicaciones y el costo de hacer lo que hacemos son muy duros y traen aparejados algunos problemas, en un país en el que el apoyo a las estructuras culturales es mínimo. Al conocer, a través de las redes internacionales, las experiencias, las realidades de otros países, nos damos cuenta de que seguimos trabajando a destajo, autoexplotándonos. Con algo que nos da mucha alegría, por supuesto, pero que cada vez es más difícil de llevar adelante por falta de apoyo.
-¿Qué cosas que están pendientes?
-Pendiente es seguir inventando, continuar creando. Te podría decir qué es aquello con lo que yo sueño. Sueño con una carpa. Cuando existió la carpa itinerante del Gobierno de la Ciudad, en aquel entonces la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, se dio la posibilidad de que nacieran un montón de grupos de teatro comunitario. Pero me gustaría una carpa propia, cosa que no sé, a esta altura, si lograremos. porque requiere de mucho dinero. En algún momento también pensé en un barco. Viajar. Viajar con estos grupos es muy importante. Lo que pasa es que resulta muy difícil porque es muy caro. Esas son las cosas con las que uno sueña y aquellas que tiene ganas de hacer. Luego, cada grupo, según el momento en el que esté, verá cuáles son sus prioridades. Catalinas, creo, no tiene muchas más cosas pendientes, salvo todo aquello que tenga que ver con el fortalecimiento de las nuevas generaciones y de los grupos que se formen y de las redes no sólo teatrales sino sociales del territorio, que todavía no están suficientemente fuertes. Eso podría estar todavía bastante pendiente.
-Hace unos años era impensable que Catalinas tuviera convenios con el Ministerio de Trabajo de la Nación, por ejemplo, para ser una sede en la mucha gente puede formarse en diferentes oficios como sonido, iluminación y otros. Hoy hay un camino hacia esos lugares, impensable hace algunos años.
- Lo que sucede es que el crecimiento del teatro comunitario generó una visibilidad que obviamente los gobiernos empezaron a notar. El teatro comunitario es una manifestación de la gente. Comienzan, entonces, a interesarse y a apoyar un poco, porque realmente es bastante importante esto que uno está intentando hacer en los barrios: que el territorio vuelva a ser un lugar de vida y no solamente un dormitorio. El teatro comunitario genera seguridad. Cuando la gente está creando en las plazas, en la calles, en los barrios, eso da más seguridad que poner más policía. El teatro comunitario implica educación y muchas cosas más. El teatro comunitario desarrolla varias cosas importantes: emociona, hace pensar, sirve para crear, pensar y hacer colectivamente, algo muy transformador en esta época tan individualista. En alguna medida, algunos organismos del Estado comienzan a visualizarlo. Antes ni lo veían. Hoy podemos decir que a través del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, de la Secretaría de Cultura, en menor medida porque tiene menos presupuesto, estamos teniendo apoyo. Y además está lo que se consigue en los territorios, por el propio peso del trabajo que se hace. Los grupos de teatro comunitario siempre son un orgullo para el barrio en el que están.