“Mi corazón es como un dios sin lengua”. Alfonsina Storni.
¿Y cómo hablará, entonces, el corazón? ¿Cómo pensar un dios que no pronuncia palabra? ¿Cómo se construye la comparación entre un corazón en particular y un dios sin lengua?
¿Es posible olvidar la biografía de Alfonsina cuando uno se acomoda ante una escena armada y dispuesta para proponer un relato?
Viajera, de espaldas, nos recibe. Viajera, sí. Valija y abrigo ancho sobre su cuerpo quieto. Mientras, una voz en off nos revela secretos en forma de palabras.
El espacio que habita no construye referente de este lado: reconocemos los objetos, por separado, pero no hay, sino en el poema, posibilidad de articular el conjunto: piano y pianista, hojas secas, flores, escritorio, lámparas, mar proyectado, en fin.
Cuando la actriz tome asiento por primera vez, mantendrá la posición erguida de los pies en los tacos. Sin tacos, sólo el gesto. La huella del pie calzado, descalzo ahora. Un signo. Un poderoso signo de la ausencia como marca.
María Marta Guitart se había internado en los caminos de Federico García Lorca con Federico tuvo un sueño, un bellísimo espectáculo. Ahora redobla la apuesta, porque Alfonsina es más difícil de decir que Federico. Por sus ritmos, sus quiebres, por las rimas que dejan el oído esperando, por el verso libre, por su oscilación entre el amor (o el desamor ¿será lo mismo?) y la arenga (bella, conmovedora pero definitivamente enérgica). Guitart elude la posición del que recita. Ella se proclama Alfonsina, a través del vestuario (estar de entrecasa, prepararse para salir), de los gestos, del acto de escribir. O de acomodarse a dormir, rogando al ama que encienda una lámpara en la cabecera de su improvisada cama.
La selección cuidadosa de los poemas revela una Alfonsina mujer que defiende sus derechos como tal, en el desierto de los seres poco comprensivos, que descubre en sí el germen de la anarquía ante la injusticia, que pone la mano en el hombro de un obrero. Es inevitable convocar su biografía y No he dicho la subraya. Tal vez la tela, sobre la que se proyectan bellas y diversas imágenes, reclame ese lugar para contar, como lo hace, el final. Pero antes del final por todos conocido hay muchas cosas. Hay palabras que se entrelazan de modos diversos. Poemas que resuenan, eternamente repetidos, y otros tantos que han permanecido en los rincones de los lectores ávidos de Alfonsina Storni. Todos los conjuga esta actriz en el escenario y los cose para armar un entramado complejo y variado de esta Alfonsina, que supo ser un particular modelo de mujer en un tiempo en el que ciertas cosas eran un tanto más difíciles.
En la propuesta de Guitart, que es acompañada en vivo por Carolina Ison al piano, existe una cosa más para señalar: cuando Alfonsina personaje asume la palabra en defensa de los niños, la maestría con la que lo hace, la contundencia, la energía, proporciona un momento tal vez más conmovedor que la propia biografía de la poetisa argentina. Y eso señala un camino de evidente esperanza, a pesar de todo, una luz que es del orden de lo colectivo, aunque lo individual haya concluido en tragedia.