Cuando los espectadores entran, ellos ya están allí. Una mujer mayor y un hombre joven discuten sobre algún destino que se pone en juego. Unos papeles, alguna firma, una última visita, nostalgia, tristeza, interés. Todo se vislumbra en esos primeros instantes más acá del escenario propiamente dicho. Lo que se dice, aparece como indicio que hemos de tomar, porque luego formará parte del entramado que constituye la dramaturgia de esta propuesta.
Una casa se construye sobre un espacio de sala teatral. No es una casa contemporánea. Acá y allá vemos rastros de otros tiempos. Se prepara una boda, tal como lo indican los regalos acumulados en distintos rincones y los comentarios de madre e hija.
Prontamente entenderemos que se trata de una boda arreglada: dos jóvenes que se unirán en matrimonio a instancias de otros, pero también de sí mismos. Decir "no" implicaría renunciar a cierta comodidad, al dinero, a una ubicación privilegiada, en fin, apenas a cambio de la libertad y de cruzarse, casi sin querer, con el verdadero amor. Porque eso es lo que finalmente pasa, al menos en el caso de él.
La historia está cuidadosamente armada y no se entrega fácilmente a los espectadores. De a poco se va planteando la trama. La razón del matrimonio atraerá a los protagonistas necesarios a la vieja casa del pueblo, donde se reencontrarán los que deban reencontrarse y se conocerán los que deban (o no) conocerse.
Los personajes están muy bien delineados para contar esta historia de amores, desamores, rasgos de época, críticas a la vida pueblerina gastada por el aburrimiento y los inútiles eventos sociales.
En este marco se recorta la heroína de melodrama: una mujer "que se especializa en la lengua francesa", correctora de una editorial, muchacha autónoma, inteligente, pero con un defecto físico, que quedará entre dos propuestas amorosas.
Por alguna razón se decide que esto que se cuenta ya es pasado y se nos permite entender ciertas cartas de un personaje ausente pero futuro (respecto de la puesta), cartas que se leen en off.
No me olvides en la niebla apuesta a contar una historia lejana en el tiempo, con causas y consecuencias que hoy nos parecen inverosímiles, con preocupaciones distantes de nuestro universo. Pero lo hace armando sistema homogéneo desde las actuaciones, el texto, la escenografía, la iluminación. Entonces uno entra confiado y se muda por un rato, viaja en el tiempo y se deja ganar por esos personajes tan particulares.
Seguramente, para hablar de las normas ineludibles, de las apariencias inapelables, de los amores desencontrados de "ese modo", hay que irse a otra época. Y allá se van los actores, a la mitad del siglo XX, y nosotros nos vamos con ellos, porque nos conquistan. Y cuando volvemos al presente de la carta, algo del sabor de la nostalgia queda, seguramente, en nosotros.