"Tendía las manos con amor hacia la otra orilla". Alejandra Pizarnik.
Estar a punto de caer, intentar sostenerse, mantener el equilibrio, dejarse llevar por el abismo. Todos y cada uno de estos actos, casi simultáneamente, los lleva a cabo el personaje de Victoria Almeida.
El riesgo es evidente. Solo se construye en los gestos de su cara, en la actitud de su cuerpo, en la respuesta "a la defensiva" de los pies y de las manos.
Llega con una valija y se sube a un escalón. Detrás de ella, una pantalla nos dibuja un edificio y se percibe de forma manifiesta la falsedad de la altura.
El contraste se inscribe con precisión, el dibujo proyectado denuncia la imposibilidad de lo real.
Ella juega a hacer equilibrio, a dejar la valija en un rincón para enfrentarse a una prueba difícil. De pronto, su cuerpo empieza a escindirse: uno de sus pies no le responde, teme avanzar y quiere cambiar de rumbo. Ella logra convencerlo. Más tarde, el otro pie, que imita al primero, le juega una mala pasada y se detiene en la caminata por el borde del falso precipicio.
De estos pequeños actos, de estos diminutos gestos, trabajados, jugados, está hecha La última vez (que me tiré a un precipicio).
El cambio de vestuario acompañará las diferentes instancias. El personaje se acomodará en un banco de plaza, se vestirá de novia, se enredará en su propia ropa.
La clown construye secuencias fragmentadas, pequeños relatos que se articulan por yuxtaposición. Los objetos inmediatamente nos ubican en situación. Luego, la suma de actos nos permite construir la referencia.
La utilización de la pantalla trae aparejado otro universo. En términos generales se elige un planteo "dibujístico", incluso para armar paisaje. La plaza es un dibujo que se va pintando de negro para convertirse en noche.
La tela blanca insiste notablemente en el artificio. Y esta utilización de proyección, sumada a una materialidad que, en general, no se explicita, significa de modo muy particular. Por ejemplo la clown, "temerosa de caerse", se vuelve de espaldas contra la pared-pantalla para sostenerse con más firmeza, pero cuando se apoya contra ésta, lo que percibimos son manos que no pueden afirmarse sobre una tela temblorosa. El cuerpo sobre la pared dibujada-proyectada sólo puede denunciar que no es pared, que es dibujo sobre superficie endeble.
Por otro lado, la caída es construida por la pantalla, a la manera de dibujito animado que vertiginosamente se desploma. La proyección se desliza a toda velocidad, mientras la clown, en la superficie firme del suelo, gesticula en contraste.
Cuando llega el final ya no se verán dibujos, sino que la clown ingresará en la pantalla para mostrarnos el pasado de lo que acabamos de ver: autorreferencia, escenarios al aire libre, en fin, una cuota de lo real. Pero claro, sólo en dos dimensiones.
En la misma línea de Parece ser que me fui, La última vez (que me tiré a un precipio) postula la propia imposibilidad de lo que enuncia. La última vez inscribe una serie de imposibles veces anteriores. Es decir, lo inaccesible de narrar.