Oíd mortales el grito sagrado de la Compañía de Funciones Patrióticas. Tortas fritas, mate y pastelitos dulces engalanan la antesala del encuentro para esta función única en la Sala Escalada ubicada en las cercanías de locales de repuestos de autos. De noche sólo queda el resplandor de aquellos motores. El himno inunda el espacio, cantado (cómo lo hacemos todos) enfático, juguetón, garabateando sus melodías cuando los instrumentos no están, (porque la mayoría de las veces no están y así lo aprendimos en la escuela), jugando con nuestras voces a dibujar melodías, dando presencia a esa ausencia. Este canto es anfitrión de esta obra que hoy tiene como motivo conmemorar el quincuagésimo noveno aniversario del fallecimiento del Libertador Gral. San Martín.
Así de patriotas, los de la Compañía de Funciones Patrióticas vienen realizando espectáculos de manera fugaz, en una sola velada y en fechas patrias. El año pasado habían presentado su peculiar versión de El Gigante Amapolas de Juan Bautista Alberdi y este año decidieron abordar La neurosis de los hombres célebres en la historia argentina, de José Ramos Mejía.
Ramos Mejía, más conocido ahora por el nombre de un hospital público ubicado en el barrio de Boedo, indagó acerca de la neurosis y la locura, publicando diversos textos acerca de esta patología, allá lejos y hace tiempo, por 1870. Fue promotor de la asistencia pública y la educación. Pero como si esto fuera poco, se metió nada menos que con las neurosis que aquejaron a las "gentes importantes", como Juan Manuel de Rosas, Guillermo Brown o Bernardo Monteagudo, y hasta con las neurosis producidas por el fanatismo religioso. Una osadía la de este señor.
Es así como llegamos a la acción donde trascurre esta versión, dirigida y escrita por Martín Seijo, en la habitación de un neurosiquiátrico derruido. Una voz en off, nada solemne, nos situará en los datos cada vez que se presente un personaje o contextos históricos. Este recurso le da fluidez a un relato al que, en general, asumimos como aburrido (como el de cualquier libro de historia tradicional), al tirar un sinfín de informaciones históricas. Ramos Mejía, el personaje, intentará dar cátedra de lo que aqueja a cada paciente, al poner cientificismo al asunto. "Todos los políticos son neuróticos incurables, pero se vuelven aún más peligrosos cuando les toca en suerte vivir en plena tormenta de revoluciones. Y si son mujeres, todo se eleva a la enésima potencia", afirma. Pero Juana (un personaje, tal vez no histórico pero que sintetiza a muchas mujeres de la historia argentina) es presentada como: "una extrañísima mezcolanza de mujeres que hicieron historia: el romanticismo de Camila, la valentía de Eva Duarte, la idiotez de Isabelita, la corrupción de María Julia, la soberbia de Cristina, y, por qué no, también, la exuberancia de una monumental Moria.". Así, sale al ruedo para hacer justicia a la discriminación de género, ya que la histeria -está comprobado- no le incumbe sólo a las damas y Ramos Mejía, por suerte, lo admite.
La cosa se pone tensa porque estos hombres están chiflados, sufren paranoia o locura moral, con ínfulas de salvar a la patria. Los pacientes arman un complot para planear la huída del hospicio y se arma la hecatombe. Rosas dice querer rescatarlos, porque lo que a Ramos Mejía le parece enfermedad para él es una virtud. Entre disparos y tironeos, se ponen en el tapete las contradicciones de estos próceres, su ambigüedad. El espectáculo pone de relieve que estos muchachos no son ni tan blancos ni tan negros y que son bastante veletas. Juana será, así, la heroína de esta historia, la que quiere escribir un himno apenas salga, reescribir la historia, para que la memoria no olvide a estos señores. Tal vez la que sale más intacta en su proceder. El final..., no lo sabemos, no parece muy esperanzador.
De manera irónica y perspicaz este elenco que dice tener aspiraciones de ser estable en su fugacidad, en un país inestable, se mete a revisionar, cuestionar y jugar con estos mamotretos ideológicos. El planteo ya es atractivo porque pone a trabajar la contradicción que produce esta textualidad y sirve (¿por qué no?) para volver a pensar dónde estamos parados hoy. A estar atentos con los que se vengan el año próximo, porque cuando nos demos vuelta tal vez ya no estén.