"Se teme soñar. Pero no se teme que el sueño pierda su deriva. Se teme no llegar al dormir. Pero no se teme que en ese momento intermedio el sueño invada la vigilia".
Oscar Steimberg en El pretexto del sueño.
¿Qué se teme cuando no se duerme?, ¿o qué se espera? El hombre del título insiste en la vigilia.
En principio existen dos elementos muy particulares en relación con esta propuesta de Diego Lublinski, dirigida por él mismo y por Paula Travnik: la elección temática y la decisión en relación con la utilización tecnológica.
Un hombre enfermo abandona su internación para habitar su casa ¿Para mejorarse?, ¿para despedirse?
La decisión de relatar una familia ensamblada y en conflicto en torno de una enfermedad es poco habitual en nuestro teatro, en términos de frecuencia. El hombre utiliza andador, pierde el habla, recupera la motricidad gruesa, lo intenta con la motricidad fina, se enoja cuando no puede manejar el lápiz, se ve impedido de beber una taza de té. En fin: una serie de signos construidos de la decadencia del cuerpo, del cuerpo al borde de no serlo.
Pero a la vez, aparecen pequeños relatos que articulan el universo de El hombre que no duerme: la obsesión del hijo de la mujer por los documentales de animales, la alergia, la fobia de uno de los hijos del hombre, la prehistoria de la casa que pueblan.
Como un pequeño y perfecto mecanismo de relojería los "microrrelatos" se engarzan. Se comprende la razón de la aparición de uno cuando otro se hace presente en escena. (No corresponde adelantar -porque es mejor mantener ciertas ambigüedades para los futuros espectadores- la identidad de Graciela).
Y el rompecabezas se arma a través de las razones verosimilizadas: el conocimiento del universo animal, su relato, los indicios anticipados, la imposibilidad de hablar que tiene el hombre, su desesperación...
Por otro lado, la interrogación respecto de la muerte es asumida de manera poco usual. El teatro la elude o la convierte en heroica. Aquí está planteada desde el máximo sentido común: el hombre le pregunta a la enfermera cómo hay que hacer para morir y ella le responderá que no hay que hacer nada, que es necesario dejarse ir.
Además de la elección temática, la puesta deviene peculiar por la utilización de la tecnología.
En el principio, en el centro de la escena se proyecta una estatuita. La pared e incluso la puerta de entrada a la casa, funcionarán como pantalla.
La construcción de la escenografía además de bella y ciertamente funcional, permitirá juegos con la imagen, que de otro modo no hubieran sido posibles.
Lo primero que señalan es que es posible espiar otros lugares de la casa, además de la cocina y el living; la pieza del chico, arriba y sin pared, deja asomarse a su mundo.
Lo que el espacio físico no consienta, lo consentirá la cámara.
Se plantea una decisión en relación con el espacio: armar escenografía más allá de lo que el ojo pueda percibir. La habitación está oculta aunque se vislumbra la entrada, lo que se torna central en el momento de construcción del recurso. Prontamente se verá el interior de la habitación proyectado en el lugar que ocupaba la imagen de la estatua.
La cámara, que filma en vivo (pero eso se va entendiendo después), autorizará lo que el teatro en general no permite: la simultaneidad de espacios en el marco de ciertas ocasiones. (A diferencia de lo que sucede cuando se trabaja con la luz, aquí la desaparición es absoluta. En el otro caso la materialidad permanece, aunque quede a oscuras). La proyección revela lo que no se muestra: la extraescena. Cuando se comprende que la filmación coincide con la proyección, es decir, que es en vivo, el espacio visible se multiplica.
Sin embargo, también hay extraescena oculta y reconstruida a través de los sonidos. Por otra parte, en algún momento mostrarán otro espacio extraescénico que no será la habitación.
La cámara entonces se convierte en un recurso a favor de lo teatral, que no ilustra ni redunda (mucho menos ornamenta) y amplía las fronteras de lo que se puede contar en el escenario.
Un hombre que no duerme es una propuesta distinta por las razones que se acaba de expresar, pero además, como cuenta, y muy bien, una historia, es profundamente conmovedora.