Venciendo cierto resquemor, fui a ver el unipersonal que Mariano Mazzei, con dirección y dramaturgia de Mariano Moro, realiza sobre uno de mis autores preferidos: Lope de Vega. Menos mal que vencí.
Lope de Vega es un personaje muy particular. No sólo se le atribuyen unas 1800 comedias, 400 autos sacramentales, novelas, sonetos y poemas varios (entre los que se incluye El arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, de 1609, donde toma distancia de la Poética de Aristóteles, proponiendo una nueva para la naciente dramaturgia española), sino que se dice que en el medio encontraba tiempo para sus mujeres (esposas y amantes), con las que tuvo casi una docena de hijos, o para formar parte de la Armada Invencible. Es decir que escribía un promedio de alrededor de tres obras por mes (1000 versos por día) y además tenía tiempo para aventuras. Si en el teatro de Lope hay más acción que creación de caracteres, en su vida hubo más acción que en su teatro. ¡Cómo se nota que no tenía tele!
Pero por algo se llama Siglo de Oro español. Contemporáneos a Lope son Miguel de Cervantes, Francisco Quevedo, Luis Góngora, Pedro Calderón de la Barca ... el dream team del fútbol cinco. Y sorprendentemente, Quien lo probó lo sabe, se mete con todos ellos y sale airosamente victorioso.
La obra arranca con la muerte de Lope, el 27 de agosto de 1635, cuando éste contaba como 73 años. Estamos en un panteón muy despojado, con la figura de una virgen enlutada rezando y con el recién finado recostado. Sin avisar, el muerto se levanta, y por su cuerpo convertido en marioneta, circulan sus personajes. A Mazzei no lo conozco, así que lo que pienso es: “¡Uy!: un bailarín que va a recitar a Lope. Sonamos”, porque el manejo del cuerpo es realmente notable. Eso se suma a mi primer prejuicio sobre la gente que se mete con los clásicos. Pero al ratito nomás, un vozarrón delicado y contundente exclama: “¡Madre de Dios, estoy muerto!”. Y me digo: “ésta es una de las funciones que seguro voy a disfrutar”. Como la tercera es la vencida, esta vez sí tengo razón.
Durante poco más de una hora, la obra nos lleva de la mano por el siglo XVII. Lo poemas se mezclan con las comedias, los antecesores se mezclan con la competencia, el verso refinado con la malicia escatológica. “Puta la madre, puta la hija / y puta la manta que las cobija”, escucharemos en referencia a Elena Osorio, Filis en La Dorotea, la primera mujer que lo abandonó. Estos versos le provocaron un juicio que lo exilió de Madrid por casi una década: “Con las cosas que pasan en esta ciudad, me hacen procesos a mí”, dirá, provocando la risa en todo el auditorio. Porque la obra cuenta también con la ventaja de traer a Lope para hablar del presente.
Y casi sin solución de continuidad nos recita: “Desmayarse, atreverse, estar furioso, / áspero, tierno, liberal, esquivo, / alentado, mortal, difunto, vivo, / leal, traidor, cobarde y animoso; / no hallar fuera del bien centro y reposo, / mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, / enojado, valiente, fugitivo, / satisfecho, ofendido, receloso; / huir el rostro al claro desengaño, / beber veneno por licor suave, / olvidar el provecho, amar el daño; / creer que un cielo en un infierno cabe, / dar la vida y el alma a un desengaño; / esto es amor, ‘quien lo probó lo sabe’”, como definición del amor.
Pero no solamente la voz de Lope circula mezclada con su agitada vida, con sus alegrías y sus enormes tristezas, con sus amores y con las muertes de sus hijos. No faltan críticas a Calderón (“¿Quién recordará La vida es sueño dentro de 20 o 30 años?”), o a Cervantes (“¿Quién recordará Don Quijote de la Mancha dentro de 20 o 30 años?”), cargadas de una gran comicidad, sobre todo por la reconocida falta de autocrítica que Lope tenía. No faltan acusaciones de plagio para Góngora; pero tampoco faltan amorosos reconocimientos de amistad a Quevedo, quien con su escatológica Gracias y desgracias del ojo del culo, “Dirigidas a Doña Juana mucha, montón de carne, mujer gorda por arrobas”, hace reír al Félix en el medio de la trágica muerte de su hijo Carlos.
Admirablemente, no sólo Lope sino todo el Siglo de Oro se ve enriquecido por Moro. Y Mazzei, un artista integral como raramente se ve, pone en la voz y en el cuerpo vida y obra del poeta. No cualquiera sabe recitar y menos aún convertir versos en prosa. Cerrando los ojos, la música del texto sobrevive y esa es una prueba de fuego.
Es que -chiste interno para la función del 13/10/07- en esta obra, no es la parrilla de luces, sino el verso de Lope lo que ilumina la escena.