Domingo, 11 de Enero de 2015
Jueves, 15 de Diciembre de 2005

Opereta Prima

Durante mucho tiempo la sociedad occidental creyó que había dejado la irracionalidad y la superchería a un lado y que por fin, adultos e inteligentes, nos acercábamos a una dimensión lógica de la existencia. Qué es eso de andar haciendo monerías y sacando la lengua ... el buen teatro es aristotélico: principio, medio y fin, con personajes con entidad psicológica y relaciones de causa y efecto entre las acciones. Y justo cuando ya estábamos convencidos, nos venimos a dar cuenta de que además del pensamiento tenemos pasiones. Por suerte el arte no acepta tajantemente las normas sociales, menos aún el arte popular, y menos todavía el cómico popular. La poética del clown, sin ir más lejos, no responde al régimen de la realidad sino que es una pura construcción de lenguaje teatral. Desaparece la pedagogía, desaparece el racionalismos y finalmente nos quedamos inmersos en un mundo paralelo al mundo que conocemos, un universo donde los sonidos son más fuertes y los colores más vivos. Con todo esto más las herramientas del Nuevo Circo, La Pipetuá (Diego Lejtman, Sebastián Amor, Maxi Miranda y Fernando Sellés) creó una obra en talle XL para que, con la excusa de llevar a nuestros hijos, sobrinos, primos, ahijados o niño cualquiera que tengamos a mano, volvamos a divertirnos con payasadas. La puesta está armada como aquellas viejas sagas de variedades, en donde se suceden 10 números que no tienen por qué estar relacionados entre sí. Hay desde una desopilante carrera de bicicletas de lo más extrañas, pasando por partidos ridículos de ping pong que sirven de excusa para malabares con raquetas, hasta un pintor que hace un retrato con pelotitas de goma al compás de la música. Como es de suponer no puede faltar el número de riesgo, en donde un integrante del público cumple con la difícil tarea de ... no, mejor que quede la intriga. Estando Lejtman de por medio tampoco podía faltar el costado bizarro, con el que morimos los mayores de 25. La novicia rebelde resurge desde las profundidades más oscuras de nuestra memoria para darle sentido a una escena que, a fin de cuentas, se la termina robando un payaso con calambres en el pie. Los objetos y las máquinas son tan asombrosos como funcionales, tienen teatralidad propia. Son a la vez una herencia constructivista y una parafernalia maravillosa que, salidos de la fábrica de Willy Wonka, se transforman en juguetes para mirar y para usar. Pero sin duda uno de los momentos más mágicos es el final, donde comienza un cuadro en oscuridad total con luces que manejan los actores y termina con un teatro de sombras en donde se retoma y sintetiza toda la obra. Aquí es donde más se evidencia la participación coreográfica de Teresa Duggan, quien desde hace ya mucho tiempo aúna la danza con el circo. Opereta Prima no es una obra que intente transmitir un mensaje claro y didáctico para que los niños se formen dentro de la moral y las buenas costumbres. Tampoco es una serie de trucos y chistes gratuitos con repartijas de chocolates al final. La puesta es casi como un sueño, en donde el inconsciente mezcla cosas que conocemos con otras que no, cosas políticamente correctas y otras que no tanto. Imágenes oníricas que se suceden con su lógica propia. Un amigo dice siempre que los chicos son un termómetro que nunca falla. Lo único que yo sé es que los que había esa tarde en el teatro (más de 100. Si, leyó bien. El terror de cualquier adulto que se precie de tal) no lloraron, no molestaron, no gritaron, no vomitaron y se divirtieron casi casi, tanto como yo.
Publicado en: Críticas

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