Jueves, 01 de Enero de 2015
Domingo, 24 de Septiembre de 2000

Bartís y la tragedia de Beckett

Siempre que se inicia una reseña, el cronista comienza hablando del autor. Hoy voy a empezar por el director. Ricardo Bartís es un reconocido hombre de del medio teatral argentino que ha presentado sus producciones en numerosos festivales internacionales. Es el creador de un particular sistema de actuación que es eficaz para la estética de sus obras, pero que, muchas veces, deja a sus alumnos presos de clisés de los cuales es difícil de romper por si solos. Lo que no cabe duda, es que, a partir de sus puestas y de su trabajo como entrenador de actores, Bartís es, hoy por hoy, uno de los pocos directores que fueron capaces de crear una estética personal en donde confluyen una revalorización del trabajo del actor; un enrarecido homenaje, a partir del cuestionamiento; a los viejos valores estético-ideológicos del teatro local; una pasión por tomar a los textos solo como disparadores de la imaginación y fantasmagoría colectiva, y, fundamentalmente, un fuerte espíritu provocador. Siempre que uno intenta hablar de Bartís, termina hablando del teatro argentino. Esto también es su mérito. El teatro, con todas sus grandezas y miserias, está siempre sobrevolando al universo creado por el director. La obra: Como todos los días, el viejo Krapp se enfrenta con la tarea de grabar los sucesos de su vida. Intento, absurdo y desesperado, de capturar una imagen sensorial en un medio mecánico, frío, impersonal. Lo patético se refuerza cuando el espectador descubre que Krapp ya no recurre a los acontecimiento del presente, sino que reformula los episodios y hecho grabados del pasado. Desde la vejez, desde la conciencia absoluta sobre la tragedia de la finitud, se intenta brindar un nuevo valor sobre el pasado. Se produce un corte transversal del tiempo, el presente y el pasado se confunden, y nos brinda un futuro vacío y vaciado. En este espectáculo queda bien claro que Bartís está dispuesto a renunciar a todo; menos a su espíritu provocador. La provocación cambia de eje y se orienta no tanto al medio teatral en su conjunto, sino a sus propios seguidores. Es un Bartís inesperado, potente y conmovedor. Es un Bartís fundido en la idea sobre el tiempo de Beckett. El director valora y respeta cada palabra del autor irlandés de una manera que sorprende a propios y ajenos. El espectáculo es introspección, reflexión, sensibilidad, debilidad y fortaleza. La última cinta magnética, basada en La última cinta de Krapp de Samuel Beckett, es un relato que tiene como protagonista al tiempo. A diferencia del autor, Bartís no recurre hacia una abstracción del tiempo, sino que elabora una noción más humana, y más dolorosa. Para Beckett los lugares y personajes han perdido identidad. Bartís pone en tensión esta idea y, tanto desde la forma de hablar del viejo Krapp, como desde la concepción plástica del espectáculo, busca producir un acercamiento con el espectador. Sabe que una metáfora es posible, solo si existe una referencia que sea capaz de decodificarla. El efecto de la obra de Beckett es devastador según la perspectiva de Bartís. Para el autor, salvo el tiempo, todo es innombrable. Beckett describe ese camino hacia la inmovilidad, hacia el silencio y la nada. No le interesa ni la partida ni la llegada, solo el camino. Es el camino el que deja al hombre indefenso con un solo recurso que le es ajeno y hostil: el lenguaje. La tragedia del hombre es el lenguaje; y, paradójicamente, solo el lenguaje puede dar cuenta de la tragedia. Los personajes, tanto Krapp como la cinta previamente grabada, hablan. Sus discursos se superponen al silencio como un flujo de palabras con cierta incoherencia. Son discursos condenados al nihilismo, a reconocer el vacío que nos provoca la ausencia de Dios. Bajo esta perspectiva, el arte es el último recurso del hombre para pedirle cuentas a Dios sobre el abandono. El director sabe como construir la escena para que el espectador descubra el vuelo poético de autor, se conmueva, y reflexione. Bartís se sumerge en este universo, y arriesga. Trabaja con honestidad, y sale airoso gracias a la buena lectura del texto, al exquisito trabajo escenográfico y de iluminación, y a la actuación de Pablo Ruiz.
Publicado en: Críticas

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