Lunes, 08 de Marzo de 2004
Unidad básica, sainete elemental
En una recóndita unidad básica perdida en algún lugar del territorio nacional, cinco militantes comparten la interminable noche de la caída / muerte de Perón. ¿Dónde están? ¿En qué momento histórico? ¿Se trata de la caída de Perón? ¿Estamos en 1955, cuando los partidarios contemplan el exilio de su líder y se debaten entre la esperanza del regreso y la persecución ideológica? ¿O nos encontramos, tal como un personaje lo sugiere, en 1974, momento en que la muerte del líder los arrastra al desesperante vacío de lo irrecuperable?
La ausencia de coordenadas espacio – temporales ubica a estos seres en un limbo en el que quedan pocas certezas: la de encontrarse aislados y la de la necesidad de defender el amor a Perón hasta el final. A partir de estas premisas, los personajes transcurren entre luchas internas, traiciones, violencia, mentiras, pero también heroicas lealtades, en un derrotero que intenta metaforizar los vaivenes del peronismo a lo largo de su historia (y del que es un magnífico ejemplo la disparatada y genial partida de truco).
Es interesante el tratamiento de la unidad básica como espacio significativo, donde se celebra el ritual del movimiento (casi una religión para los partidarios) y el tratamiento de las idolatradas imágenes de Perón y Evita como máximas expresiones del sentimiento que los embarga. Como en la lejanía, ambos son evocados por medio de la voz, a través de un ambiguo juego entre una posible transmisión radial y una posesión mística, entre un simulacro manipulador y la necesidad de tomar el lugar de aquellos que ya no están. Esto es quizá lo más esperable y, por lo tanto, menos atractivo de la puesta. Es, por el contrario, un hallazgo, la elevación de los objetos de Perón como elemento de culto (entre los cuales resalta el irónico tratamiento de la legendaria moto de Perón como reliquia, a la manera de la anatomía de los santos). Estos momentos son, quizá, los mejores de la pieza.
La excelente puesta de Pompeyo Audivert y Andrés Mangone se sostiene fundamentalmente en el trabajo con los actores y la acertada elección de un registro emparentado con la tradición del actor popular argentino, sobre todo cinematográfico, que hecha mano de una afectada y porteñizada declamación (muy utilizada en otra época y no sólo en el ámbito de la ficción...). No en vano Pelusa y Beto, pero sobre todo éste último, recuerdan al Enrique Santos Discépolo de “El Hincha”, aglutinando (¿ocurrente o casualmente?) la referencia a la pasión futbolera y el homenaje a uno de los más acérrimos y simbólicos defensores del peronismo.
Este registro ubica a los personajes siempre al límite, en una exaltación extrema, como herramienta para llegar al nivel de desesperación apoteótica que sienten estos seres obligados, por su ideología y su pasión, a sostener aquello que, aunque intenten ignorarlo, se les revela insostenible.
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