Lunes, 11 de Junio de 2001
Los chicos del cordel
Es domingo. La tarde soleada nos expulsa a disfrutar del día. La calle puede convertirse en el ámbito de comunicación más interesante y rico. Detenerse a observar lo que nos rodea, la gente que pasa, las situaciones que se producen, puede ser revelador de aspectos propios y ajenos que hacen a nuestro ser en comunidad. Ser heredero de un pasado y, por qué no, hacedor de un futuro.
Los Chicos del Cordel, dirigida por Ricardo Talento y actuada por más de 60 actores que también son vecinos del barrio de Barracas (lugar al que pertenece el grupo y donde hacen las funciones) juega y explota esta posibilidad de observación de una forma creativa. La obra, montada en las calles del barrio, transforma cada esquina, cada callejuela, cada ventana en un espacio escénico ideal para hablar de lo que se pretende hablar. La obra recorre distintas “estaciones”, como un vía crucis, paulatinamente se apodera de lo urbano y surge un nuevo espacio mágico. El espacio cotidiano es subvertido y se vuelve significante. Los recuerdos, la historia y la actualidad del barrio, como también distintos lenguajes artísticos, se mezclan para dar forma y contenido a la propuesta.
Todo comienza cuando algunos vecinos van tomando por asalto la plaza del barrio. Se los ve llegar desde distintas calles. Gesticulando y hablando con otros vecinos y con el público. El vértigo que produce la ruptura de la cuarta pared se vuelve un desafío tanto para los actores como para el público que interactúa con ellos. Los personajes, estereotipos conocidos, se van “presentando”. Hay lugar para todos, para el cajetilla, la religiosa, las prostitutas, la maestra, el canillita, la escandalosa, el portero y, por supuesto, no falta el viejo banderillero del tren desempleado que oficiará de guía y comentador de la acción.
El espectáculo parece erigido a partir de una mixtura entre la comedia del arte, lo grotesco, lo circense, la performance y la instalación en la que se mezclan situaciones dramáticas, números cantados o imágenes: mujeres vestidas de blanco, mujeres con hijos en los brazos o una anciana que arrastra un changuito de supermercado con bebés de papel en su interior. Los accesorios que utilizan, narices, anteojos grandes, dientes plásticos, colas o panzas, acentúan los rasgos grotescos de sus personajes y contribuyen con el humor.
Dos ejes parecen atravesar al espectáculo. El barrio como recuerdo por donde se mueven todos los personajes ya mencionados y el barrio desmembrado frente a una problemática comunitaria donde aparecen los chicos que están en la calle. Estas dos realidades se confrontan y se van entrelazando.
Lo absurdo como parir hijos a gusto del consumidor y la problemática comunitaria, la violencia y la inseguridad en las calles van generando un contrapunto, contrapunto que, quizá en algunos instantes, que se dirigen directamente al espectador, produzca un golpe bajo y roce un lugar común con respecto a este tema tan delicado como el de los chicos que viven y trabajan en la calle.
Un espectáculo, hecho con ganas que se contagian, que pretende rescatar la calle como expresión de lo popular.
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