Lunes, 05 de Enero de 2015
Lunes, 23 de Abril de 2001

El ocaso de una Vida

Lo irreversible: Morir. La otra cara de existir. El cuerpo: inmóvil. Absoluta calma. Angustia. Resignación. Sólo quedan recuerdos, huellas que la memoria hace nuevamente presente ¿Qué sucede cuando la muerte se acerca? ¿Acaso nuestro pasado se haga presente en un instante puntual? ¿Quizá sea esa una forma de retornar al instante originario donde el presente que se escurre comienza a distenderse hacia un pasado y hacia un futuro. ¿Cuántos recuerdos pueden suceder en ese segundo previo?... La muerte de Marguerite Duras de Eduardo Pavlovsky, actuada por el propio Pavlovsky y dirigida por Daniel Veronese, intenta poner en escena ese instante preciso. Los recuerdos casi biográficos del actor parecen desencadenarse en el lapso de los pocos segundos que transcurren entre el deceso de una mosca y su propia muerte. Una vorágine se precipita abruptamente. Un vómito de recuerdos que intenta aferrarse a la vida. Corte, y otro, tras otro. La estrategia del discurso, que mezcla elementos biográficos para generar la ficción, tiene como referente la propia vida del autor. Quizá los momentos más interesantes de la propuesta sean esos donde los datos biográficos se diluyen y desencadenan algo inesperado y la ficción toma protagonismo. En este sentido se desarrolla su recuerdo como boxeador, al que le pagaban por golpear gente atada, permitiendo que el espectador hurgue en el recuerdo y encuentre otra dimensión del texto. ¿Tal vez sea un futuro torturador, un asesino a sueldo que recién comienza?. Otro, por ejemplo, es la escena en la que nos confiesa su edad y su problema de próstata. Lo cierto es que se despegan de lo biográfico y se materializa el espectáculo. También se producen situaciones muy interesantes como la del comienzo con la mosca. Una situación sencilla, como esperar la muerte de una mosca y percibir qué le sucede al protagonista con eso, demuestra como se puede desplegar la fantasía y dar cauce a otros sentidos. A estos momentos lo siguen otros que se acercan mas a una charla de café que otra cosa. Charla que no es nada despreciable al ser con un actor de la talla de Pavlovsky. Pero sucede que es allí cuando lo vemos en un lugar seguro y ya conocido, transitando un trabajo sin riesgo. Esto también demuestra que Veronese tampoco arriesga en la dirección. Se apoya en el gran histrionismo de Pavlovsky y solo produce un golpe efectivo. Al no desafiar al actor a que explore y pruebe otros registros, el pecado que se comete es el egocentrismo: el actor toma protagonismo por sobre lo que se quiere comunicar. La muerte de Marguerite Duras, por momentos atrapante y por otros algo previsible.
Publicado en: Críticas

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