Jueves, 01 de Enero de 2015
Lunes, 26 de Marzo de 2001

Fragmentos de sentido que pretenden explorar una interioridad

Por Eleonora Menutti | Espectáculo Una Chiva
Una espalda, casi al descubierto, nos da la bienvenida. En cuclillas, un vaso entre sus manos. El vidrio describe un círculo perfecto. Al rodar por el suelo la esfera comienza a armarse. Se desdobla en el cuerpo y en el espacio. La espalda se ondula. Un movimiento que parece generarse desde el centro y se expande hacia las extremidades. Casi siempre sobre el nivel de la tierra que también es una esfera. ¿Casualidad? No se sabe. Movimientos cortados de intensidad abortada desafían al cuerpo y lo arrastran fuera de lo cotidiano. Una luz tenue recorta el espacio y a la figura femenina que se nos presenta en su máxima plasticidad. Fundido a negro. Esta estructura en cuadros es la que se repite a lo largo del espectáculo, que reiteradamente retoma el comienzo para volver a empezar. Un tiempo circular que va increscendo en forma de elipse. Cada tanto nada. Ausencia. Solo la luz llena el espacio. Una Chiva, interpretado y dirigido por Viviana Iasparra, nos habla del riesgo, de la soledad y del abismo que nos espera en la caída. Para eso plantea un trabajo entre opuestos. Equilibrio / desequilibrio, peso /contrapeso, tensión / relajación. A través del cuerpo intenta narrar estados que nos son comunes a todos los hombres. Búsqueda, espera, abandono, angustia. Un cuerpo sin rostro, que en el anonimato de la oscuridad podría representar a todos los seres, pero que la excelente técnica y el despliegue corporal distancian del espectador. No distancian a modo brechtiano sino que, al quedar impactados por el cuerpo en movimiento, lo aleja, lo separa de ese mundo. Un cuerpo que se nos presenta bello y trabajado pero que no nos abre puertas de acceso al universo planteado. Por ello los movimientos que pretenden explorar una interioridad, se nos devuelven exteriores y la propuesta algo hermética. Si bien la luz, siempre tenue y la música, compuesta por ruidos metálicos, respiraciones y vidrios rotos, logran crear una atmósfera cautivante no alcanza para sostener el relato. ¿Podría hablarse de dramaturgia del movimiento? Si la respuesta es afirmativa creo ver que la falla es la dramaturgia del espectáculo: ese trabajo arduo, pero fundamental, sobre la constitución del sentido del “texto”. Forma y contenido intentan encontrarse a lo largo del espectáculo pero a las vez se repelen sin permitir que, mas allá de la técnica, el cuerpo del bailarín, encuentre una vivencia de cercanía que lo aproxime al del espectador. Por ejemplo, el cuadro en que se utiliza la enorme tela blanca es interesante, no por las formas que encuentra en el juego, sino por el potencial narrativo que encierra, pero lamentablemente no se profundiza con esa textura y se cae en el trabajo de la forma alejada del contenido. Algo similar sucede con los elementos utilizados en escena, como el vaso y el agua o los cambios de ropa; saltan a nuestra cabeza como preguntas punzantes ¿Por qué están ahí?, ¿Cuál es el sentido de su presencia? Son fragmentos de un sentido que no se logra apresar pero parece querer emerger cuando el cuerpo de la bailarina, parado al borde de la tarima, se debate entre el abismo de la caída y la estabilidad de un asiento seguro. Ese momento preciso, tan sencillo como poético, logra ser significante para el espectador. ¿Quién no ha estado alguna vez al borde, al límite del equilibrio? Una Chiva: una obra de Danza – teatro que explora mas el mundo de la danza que el del teatro.
Publicado en: Críticas

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