Miércoles, 14 de Marzo de 2001
Lo cómico: una descarga artística de lo absurdo
Un shofar resuena a lo lejos señalando el instante preciso: el comienzo. Un ritual Dionisiaco nos sumerge en escena. Locura. Delirio. Salirse de sí. Ser otro o ser ese otro que también es uno. Manía: estado intermedio entre la enfermedad y la impureza. Manía enviada por Dionisio. Divinidad que se manifiesta bajo la forma de epidemia, que en el sentido griego pertenece al vocabulario de la teofanía. Placer desenfrenado. Posesos de un frenesí imparable. El más primitivo. Entre danzas convulsivas y espasmódicas, los cuerpos de los actores se desplazan por el escenario siguiendo una coreografía claramente pautada. El himno a Dioniso se hace presente (en idioma original) desde las fibras hasta los suspiros de éxtasis. Un placer trabajado mas desde sus formas que desde el contenido. No por ello una forma equivocada o sin sentido sino algo vacía o superficial por el poco compromiso o “verdad” en la intención de los actores. El prólogo, que termina con la presentación del grupo de comediantes, se vuelve un poco extenso.
Así, Lisístrata, en la puesta de Ricardo Sverdlick, pretende contar la historia de “Parábasis”, una agrupación filodramática itinerante que parece haber existido durante la guerra de Peloponeso (431 a.c. al 404 a.c.) Un comienzo casi documental, que para aquel espectador que no lee el programa (por despistado o por que lo evita adrede) queda poco claro. Un efecto de distanciamiento, una llamada de atención al espectador sobre la construcción ficcional, que refuerza el código de la comedia de por sí exagerado y grotesco. Pero, este juego autoreferencial al no retomarse en ningún otro momento de la obra queda inconcluso sin aportar demasiado a la puesta.
Un trabajo algo difícil.
Llevar a cabo una comedia antigua en tiempos modernos (o mejor dicho posmodernos) presenta algunos obstáculos. Sobre todo porque el contexto político/social ha cambiado sustancialmente. El conflicto entre pueblos Helénicos al cual refiere la obra ha dejado de ser conflicto hace ya mucho tiempo. Pero, seguramente “rescatar” la universalidad que se desprende del texto es el puntapié inicial para hacer una puesta en el 2001.
Y en este sentido el patriótico llamamiento a la paz que hacen estas mujeres es el aspecto central que revela un profundo valor humano. En otro extremo se ubica la licenciosa y procaz forma de expresarse de los personajes. Equilibrar estos opuestos parece ser la clave de la comedia. Pero en la puesta de Ricardo Sverdlick la balanza se desnivela y toma protagonismo la constante búsqueda de la risa. Por momentos los chistes parecen ser los protagonistas que hacen avanzar la acción, pero más que hacerla avanzar la detienen en cuadros.
En el trabajo actoral no parecen elaborados dialécticamente estos opuestos, por lo que el mecanismo queda expuesto. Excepto Mariano Singeresky que sí atrapa en sus papeles de Amorfo, Cinesis y Pritáneo ateniense, logrando que lo cómico nos sitúe a medio trayecto entre la identificación y la distancia. En este ir y venir entre el interior y el exterior siempre gana la perspectiva distanciada y nos hace reír. También aporta lo suyo Estela Pérez Celar en la piel de Lisístrata. Su correcto desempeño se manifiesta en la conducta firme y decidida que lleva adelante y que su papel requiere inevitablemente.
El espectador ideal
El coro, Símbolo de lo dionisíaco, definido como el espectador ideal, en la medida en que es el único observador del mundo visionario de la escena, está plásticamente resuelto en esta puesta de Lisístrata. El coro logra hablar a través del baile, de la música y de la palabra llegando a conformar momentos muy interesantes de la obra. Los propios actores encarnan al coro. Con pocos recursos, como unas telas, logran transformarse y saltar de un personaje a otro sin ninguna dificultad. En estos momentos, la obra gana efectividad que luego decae en algunas escenas donde se termina mezclando un humor televisivo que no aporta al clásico griego.
El nivel actoral es desparejo y no alcanza para sostener una reinterpretación del clásico griego que no encierra grandes novedades. Pero lo que no se puede negar es el compromiso de un trabajo riguroso que se ve en el escenario.
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