Domingo, 08 de Febrero de 2015
Viernes, 21 de Septiembre de 2012

Una carta robada. O no, ¿quién sabe?

Por Mónica Berman | Espectáculo Algo en él

Un título ambiguo, que no termina de dar información, pero que subraya una búsqueda de eludir quién sabe qué. “Algo”. ¿A qué remite ese pronombre indefinido? En el otro extremo de la brevísima oración está “él” para darnos escasas pautas: un masculino singular. Puede decirse que la frase está ligada a cierta cuestión que no se puede definir, tal vez, que no se puede enunciar. 

El título orienta bien lo que se va a representar, pero la revelación no será inmediata.
Al principio se sabe que hay una fiesta. Una fiesta afuera de este cuarto en el que dos se refugian  para pasar la noche, literalmente para esperar que pase. El único deseo de ellos es que llegue la mañana para irse.
No sabemos por qué no pueden irse en ese momento, qué los retiene, pero ahí están.  En apariencia una joven pareja conversa (¿él monologa?) sobre cuestiones cotidianas.
La intromisión de un nuevo personaje, el evidente “él” del título, permitirá comprender que lo que se vio hasta ahora no es lo que es. O que lo que era, ya no lo será más. Un intruso, en una actuación perturbadora de Hernán Oviedo, convertirá esta propuesta en una obra de género.
Eso que el cine pone en juego de modo naturalizado y que en el teatro se complica, en particular cuando los recursos no son exactamente exuberantes, acá se despliega de una manera fantástica. Imagínese, espectador, que hay un actor que aparece y desaparece en cuestión de segundos, con el detalle central de que está usted a escasos centímetros del espacio de acción.
El personaje en cuestión, se presenta como un tanto extraño, lleva su mazo de cartas encima para entretenerse en los momentos muertos y oscila entre el juego y los trucos posibles.
A medida que avanza la acción empieza a comprenderse que el tiempo no está ordenado en una secuencia y que el espacio, a pesar de la experiencia de percepción visible, se multiplica ante nuestros ojos. Entonces, eso de ver para creer o escuchar (¿por qué no?) empieza a ponerse entre paréntesis. No hay que esperar explicaciones. No existen.
Algo en él apuesta de manera fuerte al suspenso, con el riesgo multiplicado del espectador cerca y el inapelable “vivo” del teatro que no le permite volver atrás en el caso de que la escena fallara. Pero además de este desafío, la propuesta tiene otro plus que está focalizado no en el argumento, que es simple, sino en los diálogos, una puerta abierta a la reflexión. Y bajo enunciados sencillos,  tanto como el espacio construido, aparecen cuestiones complejas e inquietantes.
Definitivamente las cosas no son lo que parecen y ni qué decir del final. Una vuelta de tuerca que se las trae. 

Publicado en: Críticas

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