“Todas las historias son ficciones”, dice Hayden White. Y las citas epígrafe orientan la lectura de los textos. ¿Por qué el paraguas? Porque la nueva propuesta de la joven y talentosa Mariana Mazover abreva en la guerra de Malvinas. El punto de partida (sólo eso, nada más ni nada menos) de Piedras dentro de la piedra es la joya- novela de Rodolfo Fogwill, Los Pichiciegos, que también ficcionaliza esa guerra.
Ficción sobre ficción, con un referente real, complejo, doloroso, que lleva 30 años de heridas abiertas. Lindo desafío. Es imposible empezar a escribir sin hacer todas estas aclaraciones previas. Y también, nobleza obliga, otro comentario: los soldados de Piedras (como los Pichis creados por Fogwill) son soldados que desertan, que tienen un doble enemigo: los ingleses y los militares argentinos. Entonces, aunque el terreno es la ficción, será mejor aclararlo para no herir sensibilidades.
El espectador se enfrenta a una pichicera, perdón, cueva, construida de manera sumamente primitiva. Un refugio frágil, demasiado blando para proteger del peligro de la guerra. Un endeble tobogán comunica con un afuera amenazante y otro hueco lleva al lugar donde sucede lo que no se debe hacer visible (lugar para tomar decisiones, para guardar las escasísimas provisiones, para disponer un tacho para orinar y otro para defecar; nótese todas las cosas que se hacen allí). El espacio donde transcurre la acción está perfectamente recortado y encerrado, de tal modo que se contagia la premisa del ocultamiento.
Los personajes son “soldados” que huyeron de la guerra y que esperan el final de los acontecimientos en ese rincón incómodo de Malvinas. Esta convivencia provisoria, obligada, permite la reconstrucción de una serie de sucesos y funciona como síntesis de una totalidad que oscila entre lo patético y lo trágico: cuando disparan, en lugar de balas sale un líquido negro. Una oveja culeada los salva de un campo minado. Ellos repasan en voz alta las instrucciones para atacar un blanco.
Mariana Mazover toma varias decisiones. Una de ellas, incluir protagonistas femeninas en la cueva. Pero no son las mujeres que se juegan por la patria, sino las que huyen. Elige no contar la historia de los héroes de la guerra, sino de unos antihéroes profundamente humanos y conmovedores.
Eludo revelar los vericuetos del relato porque es mejor ir a verla sin saber algunas cosas. Incluso los que conocen la novela pueden olvidarla, como se olvidó aquí. De hecho los finales no coinciden, y yo diría, “por suerte”.
Sin embargo, es notable la construcción de los personajes: Enrique, el que es incapaz de recordar un renglón de contraseña y que está “en su posición”, incluso cuando ya es inútil; Oscar, el que fue a la escuela militar y se pregunta qué está y qué no, en el manual, sumado a su veta de inventor; Gandini, el de mayor jerarquía, que parece estar construido a partir de cierto estereotipo del que porta el poder, pero que en algún momento quiebra el modelo y cambia el horizonte de expectativas; Mabel, la que lleva adelante todas sus contradicciones, la que cuida a los heridos y cocina ñoquis, pero también la que abandona la palabra empeñada y se muestra autoritaria; Olga, la que llega buscando un refugio y carga con todas las torpezas del que desconoce cómo moverse en un territorio que le resulta ajeno; Marcelino, el camionero civil que cede sus camiones, con el sueño de que vayan a parar a algún museo. Y estos personajes no tienen desperdicio, porque están en manos de actores sumamente talentosos y muy bien dirigidos.
Así como en Los Pichiciegos hay una explicación, imperdible, de por qué los pichis asumen ese nombre, en Piedras dentro de la piedra hay una bellísima explicación del título de la obra, un título de ésos que dan para largas interpretaciones.
Piedras dentro de la piedra merece un análisis profundo y detallado al que voy a renunciar por una sola razón: no revelar cómo se arma el relato.
En una Buenos Aires en la que tantos descreen de las historias, pequeñas o grandes, y que ya no se preocupan por construir personajes, esta obra muestra que con buenos textos y personajes bien delineados, es posible conmover, hacer reflexionar, hacer sonreír y ¿por qué no? dejar un nudo en la garganta de los espectadores.