Viernes, 26 de Julio de 2019
Miércoles, 13 de Junio de 2012

El lugar que ocupa la palabra

Por Mónica Berman | Espectáculo Escandinavia

 “Y siempre los trajes descolgándose,
por sí propios, de perchas
(…) y partiendo sin cuerpos, vacantes (…)”
César Vallejo.

Un hombre solo. Multiplicadamente solo en el espacio vacío. La convención teatral impone presencias breves, efímeras, de aquellos a quienes saluda. Un cuerpo cansado de las noches sin dormir, de los saludos interminables, de la repetición. De vez en cuando se arma un pequeño relato. Se entiende con rapidez que está en el velorio del ser amado. 

Las palabras, el gesto contenido, una leve inclinación de la espalda narran la sorpresa inefable de la llegada de la muerte, aunque se la esperara, en una sala de internación del Hospital Alemán.

Lautaro Vilo decide construir verbalmente la oscilación entre lo cotidiano (el café quemado, la referencia a los trámites, la visita indeseada, el agradecimiento por el pésame- señal de buena educación) y los quiebres de lo cotidiano, el mundo afuera que no supo quedarse entre paréntesis sino seguir, la novela que quedó inconclusa.

Ante la muerte narrada es eso lo que se elige contar: un libro que no se termina. Hay lugar, incluso, para hacer una crítica a la traducción de la novela. ¿Se entiende? Alguien está velando al ser que ama y reflexiona sobre la selección léxica de un traductor. ¿Cómo utilizar “gilipollas”, en el marco de una guerra en Finlandia? Así está construida Escandinavia. Mejor dicho, así parece estar construida. Porque este edificio prontamente empezará a temblar. Y cuando esté absolutamente instalado el realismo en el relato, empezarán a abrirse ciertas grietas: la narración de un sueño y un último deseo cambiado en el momento de partir abrirán las puertas a otra dimensión.    

Un apagón y un cambio de espacio (definido en términos verbales). Se modifica la situación de interlocución, y con ella toda la estructura.  Ahora el marco es otro y adentro se inscribe lo que era del orden anterior del relato. Se merodea un terreno distinto.  Cambio de género, al menos, en términos temáticos.

Nuevamente, tras otro apagón, habrá un interlocutor diferente, pero éste se puede revelar: le habla al ser querido que despide, después de la ceremonia final (tenga la forma que tenga esa ceremonia). Y vuelve a jugar con la forma de cierto realismo, como si fuera el envoltorio. Si se atiende a lo que dice se genera la sospecha. 

A lo largo de toda la puesta el actor- director, Rubén Szuchmacher, mantiene su registro y construye un verosímil sólido como un muro, aunque todas las señales alerten para develar cierta inadecuación entre lo enunciado y el modo de enunciación. 

Escandinavia funciona como una operación compleja de desplazamiento: Escandinavia,  el título, no tiene una relación temática con la puesta. La presencia de la novela Escandinavia instala un universo que tiene un vínculo tangencial con el construido en el espacio porteño de Elkafka. 

En Escandinavia, la novela, la muerte y el entierro de un joven soldado son descriptos de manera lineal y sin heterogeneidades. En Escandinavia puesta en escena, la referencia a la muerte es fragmentaria, interrumpida, dolorosa, alternada, distanciada.

Son los trajes los que se descuelgan de las perchas y al partir, abandonan los cuerpos. Escandinavia, de Szuchmacher - Vilo es teatro, bello y conmovedor teatro. 

Publicado en: Críticas

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