Sábado, 03 de Enero de 2015
Viernes, 19 de Noviembre de 2010

De agua y de tierra

Por Mónica Berman | Espectáculo Barro la Obra

Barro: Masa que resulta de la mezcla de tierra y agua.
Barro, la obra. ¿La obra de barro?, ¿la que remite al barro?, ¿la que está construida con estos materiales, tierra y agua?

Estamos en el ámbito de lo teatral, con lo cual el término “obra” se acota, enmarca su acepción. Y el barro, ¿en qué universo se instala?
Prontamente se verá que no es metáfora, al menos, no completamente. El barro es un elemento que aparece en la puesta, que mancha el piso, que funciona como máscara, que “pinta” las manos y que ensucia el agua sin poder multiplicarse, en tanto barro, por ausencia de tierra.
Esto es del orden de lo literal: el barro como participante, como un integrante más de este espacio acotado y mínimo donde se producen las acciones.
La sala es pequeña y el espacio escénico está aún más recortado. Las paredes oscuras, dividen el adentro (el espacio que vemos como espectadores) de ¿otro adentro?, ¿del afuera? Los objetos remiten a primitiva habitación (¿acepta el nombre?): un camastro, un teléfono (que no está conectado, aunque se use), una bacinilla, un banquito, una botella... La puerta trae al hermano que convive y al que viene de lejos (en tiempo y en espacio). Otra puerta, aquella por la que entramos, nos interpela, pero si uno observa con atención verá que está afuera, que queda fuera del alcance del piso del universo escénico, es decir, que en la ficción no está. Este comentario, que puede parecer menor, sirve para tener un panorama del funcionamiento. Las cosas son y no son, aparentan estar, pero no están.
Volviendo al barro, habrá también otro modo de pensarlo. También está el trabajo sobre el barro, la posibilidad de modelar, de dar forma; planteado como materia prima, devendrá en diversos objetos con formas variadas y funciones múltiples. El barro es una materia pasible de ser manipulada. Una misma materialidad que da como resultado productos muy diferentes, metáfora ahora sí, tal vez, de la actuación.
Porque si hay algo que trabaja a fondo, Barro, la obra, es la actuación. El cuerpo deviene objeto maleable. En los rostros se dibujan, como por obra de un cincel invisible, gestos con un signo y luego con su contrario. Los cuerpos se derrumban en el piso como si los moviera una fuerza ajena. Se agitan los brazos raptados por una epilepsia parcial.
¿Relato? Hay ciertas construcciones referenciales: los personajes son hermanos entre sí, tienen una historia que se entrevé, plantean un afuera que amenaza (¿real?), una madre telefónica, pero el núcleo no está aquí sino en otro lado, porque cuidadosamente están borrados los caminos narrativos que inscriben. Por otra parte, funcionan de manera equivalente las palabras y los cuerpos: no hay sorpresa en el otro cuando uno cae al piso y tiembla, tampoco la hay cuando se enhebran términos de universos distintos, relatos partidos, historias descolocadas.
Pero hay algo más, muy particular: detrás de nosotros, alguien se encarga de los sonidos. Percibimos la fuente si nos damos vuelta. Es la fuente real de casi todo lo audible que no es la palabra. El teléfono suena, los personajes lo miran, pero ni el sonido sale del teléfono, ni éste suena estrictamente como tal. No se busca la ilustración, imitando un teléfono que suena, sino construir universo por cuenta propia. Un universo muy especial. Una sonorización diferente, que no se parece a lo que sucede habitualmente en el teatro. Tal vez, de nuevo, la mezcla: tierra y agua.

Publicado en: Críticas

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