Domingo, 09 de Octubre de 2016
Miércoles, 21 de Julio de 2010

Una fiesta para los más pequeños

El éxito de Adriana es producto exclusivo del mérito. Es necesario empezar por aquí para que no haya confusiones. Más de uno verá su afiche en la calle Corrientes, verá larguísimas filas para entrar al teatro, verá una sala con capacidad colmada y tal vez esto se preste a confusión. 

Adriana no viene de ningún programa televisivo, ni de ningún considera-tontos-a-los-niños. Alguna vez fue maestra jardinera y se le nota, porque tiene una especie de tono entre el que quiere a los chicos y desea transmitirle valores, en simultáneo, que hace muy particular su presencia en el escenario.
Tal vez, si el lector de esta nota no tiene demasiada idea de los espectáculos infantiles, no sepa de la constante improvisación, de los trabajos "truchos", del "total si es para chicos" y de infinidad de cuestiones semejantes a las que se exponen nuestros pequeños todo el año, pero con más énfasis en las vacaciones de invierno. Tal vez, tampoco, sepa de otras cosas: de ciertas internas vinculadas a la idea de qué es lo que se tematiza para los chicos, de los que quieren cosas "serias", que los hagan pensar y demases, y de los que quieren que siempre, por supuesto, y eso es innegociable, se construyan productos cuidados, en términos estéticos.
Pero -hay que decirlo- Adriana hace espectáculos para los más pequeños, nos trae las canciones del jardín y sus propuestas tienen una estética absolutamente definida.
Probablemente sea clásica, por ejemplo, la propuesta de la hermosa escenografía: toboganes, árboles, casitas con ventanas luminosas, corazones. Y es, por supuesto, una decisión. Y todo está en esa línea: los muñecos que la acompañan, que son Timoteo (el perro azul campeón de las escondidas), Cholito (el chancho chiquito que come de todo, esta vez con su mamá), Pompón (también con su mamá), la Sapa Pepa, el Sapo Pepe, que viene a bailar y a cantar otra canción, la Elefanta con su elefantito y Michu michu. En fin. Todo hace sistema. Es un planteo bien de infancia de ternura, de pequeños grandes problemas (dejar el chupete o la mamadera).
Y todo funciona en este orden: la letra de las canciones, la música, los bailarines con sus coreografías (vestuario incluido), el tipo de iluminación, el juego breve con teatro negro. Es una infancia paraíso, ¿y qué? Pero el planteo es explícito, no reniega de ello, ni de sus valores: jugar en familia, cantar todos juntos, tener amigos, bañarse para estar limpitos, entender que mamá alguna vez también fue nena. Hasta hay un homenaje a María Elena Walsh, con un compiladito de canciones.
Cuando uno dice que la posición es profundamente coherente, esto se puede comprobar con la suma del padre de Adriana (algo que sucede habitualmente) y de la hija compartiendo una canción. Y otros detalles: presentar a los bailarines uno por uno, por ejemplo. Esto que puede parecer algo nimio, se contrapone a los infantiles sin nombres (¿saben cuántos volantes circulan por ahí sin que uno sepa quiénes actúan, quién ilumina, quién nada?).
Los chiquitos la siguen con amor, bailan, comen, se bañan, se duermen con sus canciones.
Sí, actúa en un teatro repleto. Y esto que se convirtió en un fenómeno (su familia está embarcada, también, en el proyecto) es producto de la suma de un trabajo cuidado y riguroso de todos y de cada uno. Se nota. Esta vez, por fin, y eso nos hace bien a todos, es merecido. 

Publicado en: Críticas

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