En el C. C. Borges se presenta, los jueves a la noche, Wake up!, un espectáculo de tango con orquesta en vivo y algo más.
Parada en la fila esperando entrar a la sala, dudo varias veces de que el lugar donde estoy se encuentre efectivamente en Buenos Aires; y esto es porque escucho hablar inglés, francés, portugués, pero español... nada. Por si eso fuera poco, ojeo el folleto de Wake up! y descubro, con asombro, algunos comentarios como "intense sensibility and creativity" o "sensual choreographies and virtuous passages". Justo cuando empiezo a dudar de la efectividad del teletransportador molecular diseñado por mi sobrino y con el que estuvimos jugando esa misma tarde, la acomodadora me saluda con un cordial "buenas noches" que me devuelve al universo porteño. Y claro. Debería haberlo sospechado: nada hay más turístico en mi ciudad que el tango, gran material de exportación, gran apuesta PRO para la entrada de divisas.
Una vez sentada en mi butaca, gozando de un aire acondicionado que me aleja de la sofocante realidad exterior, cierro los ojos y disfruto del disco que han puesto, no sé muy bien de quién es, pero parece ser un cantor de la vieja guardia, al estilo de Julio Sosa. Mi buen humor no hace otra cosa que crecer.
Se apagan las luces y un video en cámara rápida da inicio a la función: el subte, la velocidad, los artistas callejeros, el nunca bien ponderado Obelisco (me reservo las metáforas), ruidos de ciudad, la vorágine del afuera, un despertador y Wake up! (ahora entiendo el título). Tres parejas de bailarines van entrando mientras que, al son del tic tac, despliegan la primera coreografía que roza al tango con la danza contemporánea. En tonos de negro (ellos) y gris (ellas), arman y desarman relojes (por si el tic tac no nos quedó claro) hasta que suena brutalmente el despertador, lo que da pie para que entre la orquesta compuesta por piano (Leo Caldera, también responsable de la dirección musical), contrabajo (Federico Schmidt), bandoneón (Sangji Koh) y dos violines (Paloma Bica y Kaori Masuda) y arremeta con una que sepamos todos: La Yumba. Solamente Jimena Hoeffner y Rodrigo Calvete se quedan para bailar.
Pero antes de seguir escribiendo tengo que hacer una salvedad: a las chicas las distingo fácilmente; rubia, morena y castaña-pelirroja, cada una es inconfundible. Con los chicos, por otro lado, tengo cierta confusión; los tres vestidos iguales, pelo corto peinado a la gomina, contextura similar, puede que me los confunda.
Sigamos. Como venía diciendo, Hoeffner y (casi seguro) Calvete se quedan para un paux de deus tanguero. Tal vez sea porque el asunto recién comienza, pero hay cierta frialdad en la pareja. Muy buena técnica, efectiva coreografía, pero falta... fuego; sin embargo, esto no va en detrimento de los estruendosos aplausos que arrancan al público cuando termina el número. Con el apagón vuelve el video, ahora con una ventana empañada en la que caen gotas de una persistente lluvia; ¿a qué no saben qué sigue?... ¡En esta tarde gris es la respuesta correcta! Provisto de un imperturbable jopo, entra Diego Restivo para entonar las estrofas de José María Contursi con una voz un tanto nasal que, confiamos, también se irá calentando a lo largo del show. Los aplausos dan pie nuevamente a la entrada de Hoeffner y (casi seguro) Calvete, ahora ella enfundada en un negro, sexy, hermoso y envidiable vestido largo. Hay mucha delicadeza en cada uno, detalles sutiles que enriquecen la danza... pero el fuego sigue sin aparecer: ni siquiera se miran una vez. No obstante, al igual que la orquesta, con este Danzarín siguen siendo efectivos.
Reaparece el video para mostrarnos a una pareja -no tengo idea de quiénes son- haciendo una hermosa coreografía acuática. Cuando ya no lo esperábamos y recostado sobre la pata izquierda, se presenta también Restivo para cantar Jamás retornarás. Por ahora nuestras opiniones siguen siendo las mismas. Pero pegadito, contra todo pronóstico y bajo un cielo de nubes blancas, los acordes del hermoso valsecito Soñar y nada más habilita una coreografía para las tres parejas muy graciosa y divertida en donde ellas, vestidas de rojo sangre y haciendo honor al título, bailan con los ojos cerrados mientras ellos, caballeros como siempre, se ponen un almohadón también rojo en el hombro para hacerles más placentero el sueño. Hasta parece que Restivo ha abandonado el vibrato permanente, en pos de una textura más nítida en la voz. Y justo cuando todos terminan dormidos y encimados ¡El despertador nos cambia de tono! Entre el susto y el apagón, salen de escena y dejan paso a un hermoso video en donde sólo se ve el humo del cigarrillo. En solo piano, Leo Caldera inicia los acordes de El último café en una versión melosa, llena de florituras y escalas y, para qué negarlo, con cierto abuso del pedal. En un furibundo cambio de ritmo, entra el resto de la orquesta para el gran final y los aplausos.
Otra vez el tic tac, otra vez el trío del principio, otra vez la misma e impecable coreografía. Imposible quedarse dormido.
A continuación Ana Wertheimer con largos guantes rosados y (casi seguro) Arturo Gutiérrez, hacen un dúo lleno de sensualidad; evidentemente son cómplices y funcionan bien. Cada uno tiene mucha técnica y gracia, pero bailan mejor cuando están juntos; a eso llamo yo un gran equipo, que permite que ella vuele porque él puede contenerla. Eso es tango en serio.
Ahora, con Carlos Gardel en la pantalla grande despertando a Betty, Peggy, Mary y Julie en una escena de El tango en Broadway (película de 1934), Restivo vuelve a intentarlo con Rubias de New York. En este momento sí que extrañamos al cantor que no pudimos identificar cuando entramos a la sala. Pero rápidamente vuelven los relojes para dar entrada a las tres parejas que, vestidas con guardapolvos blancos, bailan el famoso recitado de Héctor Galiardi La maestra, al que, pegadito, le sigue en off el vals Palomita blanca. ¡Cómo se divierten Malvina Pili y (casi seguro) Sebastián Zánchez! Da gusto verlos. Pero el timbre suena, el recreo se acaba y Wertheimer y Gutiérrez se cambian en escena para otro solo con Encanto rojo. ¡Qué juego de piernas!, ¡qué química que volvemos a ver! Un lujo. Pero lo bueno también termina... aunque esta vez es para pasar a "guatemejor", porque la orquesta vuelve y las tres parejas bailan Tema otoñal.
Para que puedan tomarse un respiro, salen los bailarines y le dan paso a Restivo, quien nuevamente lo intenta con Pasional. Menos mal que poco después reaparecen Pili y (casi seguro) Zánchez para deleitarnos con la milonga Fuegos artificiales. Reitero, ¡pero cómo se divierte esta gente cuando baila! Y yo no soy la única que lo nota, porque los aplausos se precipitan como nunca cuando llegan a la pose final. La alegría no es sólo brasilera y aquí continúa con otra milonga, Nocturna, en la que las tres parejas despliegan un encanto con flores de plástico y tiradores de colores. Cuando ya habíamos perdido toda esperanza con Restivo, tarde pero seguro desenfunda una Milonga sentimental que, al proponer un ritmo veloz, no le permite caer en esos molestos vibratos que venía ofreciendo. Es que al obligarle a atacar las frases con ímpetu, deja traslucir un encanto que, ahora sí, nos justifica el hecho de que haya trabajado con Guillermo Fernández.
Para terminar, la orquesta se despide con unos pequeños solos (apenas unos compases, nada de "impro", no vayan a pensar mal) para acabar en La cumparsita, otro clásico que las tres parejas de bailarines descosen en el escenario.
Pero como si fuera un recital, el público no deja de aplaudir hasta que salen a dar un bis. Siendo consecuentes y con cero "impro", se repite la coda final de La cumparsita y ahora sí, tasa tasa cada uno a su casa.
La Compañía Tempo Tango, responsabilidad de Ignacio González Apolo, ha brindado un show interesante. Eso es indiscutible. Sin arreglos musicales notorios, salvo las excepciones mencionadas, el Quintento deAtropellada (así nomás, todo junto) ha sido efectivo. Un escalón arriba, la coreografía y los bailarines apostaron un poco más y salieron ganando. Sin embargo, siento algo raro en el cuerpo. Soy argentina, me gusta el tango en casi todas sus formas, reconozco la calidad del espectáculo, el trabajo que le han puesto encima, pero la sensación es... es... es muy for export, como si fuera un show de Michelangelo o del Tango Palace. ¿Será que a esta altura del partido puede ser de otra manera?
Sin estos entuertos porteños, seguramente (¡bah!, evidentemente) los extranjeros la pasaron mejor que yo.