Miércoles, 07 de Enero de 2015
Martes, 26 de Enero de 2010

Amar a Los Amados

Miel con dulce de leche, mermelada con azúcar, jalea con helado... ¿Empalagoso?... Al lado de Karabali, ensueño Lecuona, esto es pura amargura.

¿Usted sabe quién es Ernesto Lecuona? Debo confesar que yo ni había escuchado el nombre aunque, como comprobé más tarde, conocía mucho de su obra. Este buen hombre no es ni más ni menos que uno de los artistas cubanos más importantes de la primera mitad del siglo XX. Niño prodigio, a los 5 años dio su primer concierto de piano y obtuvo su maestría en este simpático instrumento (con una medalla de oro y todo, en el Conservatorio Nacional) cuando apenas contaba con 16 primaveras. Entre sus profesores pueden contarse a Antonio Saavedra -discípulo de Ignacio Cervantes-, Joaquín Nin y el compositor neerlandés Hubert de Blanck, quien residía en La Habana. Con semejante base clásica usted se estará preguntando cómo diantres se dedicó a la música popular. Pues bien: resulta que Lecuona trabajó tocando el piano en bares y en cines (cuando las películas todavía no tenían sonido, siempre había un pianista para ponerle onda a las imágenes y un relator que explicaba de qué iba el asunto) con el fin de ayudar a la economía familiar. El resultado de sus composiciones fue la unión del clásico, la música popular cubana, ciertas herencias españolas y sonidos tradicionales africanos. Linda mélange.
Lo cierto es que en 1917 hizo sus primeras grabaciones en Nueva York, donde se instaló por un tiempo; pero en 1918 regresó a Cuba para fundar el Instituto Musical de La Habana. Compuso su primera opereta en 1919 y se convirtió en un enorme éxito en este género realizando más de 50 musicales... Llegó a ser conocido como "el Gershwin cubano". Esto le animó a formar la Orquesta Cubana, que rápidamente pasó a ser el grupo favorito de todo el mundo y que se transformaría, más tarde, en los "Lecuona Cuban Boys", bajo la dirección de Armando Oréchife. ¿Quiere conocerlos? Pues ahí va una muestra.



En los '30 y los '40 Lecuona escribió varias bandas sonoras para películas de la MGM, 20th Century Fox y Warner Bros. Al final de la II Guerra Mundial, ya había construido un impresionante catálogo que incluía 400 canciones, 176 piezas para piano, 52 operetas, zarzuelas y revistas musicales, 31 obras para orquesta, 11 bandas sonoras para el cine, 5 ballets, un trío y una ópera.
Cuando Fidel Castro llegó al poder, Lecuona se fue al exilio (léase EEUU... dónde si no), en donde se encuentra actualmente su tumba. 

Usted se estará preguntado por qué le cuento todo esto. Pues bien, resulta que Los Amados, esa compañía estrafalaria creada por Alejandro Viola en 1989, cuya preocupación central es (como su nombre lo indica) el amor, ha decidido rendirle homenaje a este tal Lecuona. Y qué mejor lugar para hacerlo que el Margarita Xirgu, nuestro petit Colón de San Telmo que, fiel a la estética kitsch de los catalanes, mezcla en un mismo palier un hogar con la imagen dorada en bajorrelieve de San Jorge y el Dragón, un vitraux con motivos florales y dos gigantescos jarrones chinos (o japoneses, ¡vaya uno a saber!).

Lo suficientemente chico como para pertenecer a un barrio alejado de la calle Corrientes, pero lo suficientemente grande como para meter miedo a cualquier obra del off, un lleno total alegra el corazón y predispone para la fiesta, a la vez que justifica la media hora de atraso. Nueve y media en punto el telón de terciopelo bordeaux se levanta y una selva de potus de plástico se despliega ante nosotros. Animal print en las patas, animal print en el telón del fondo. Todo responsabilidad de una sola persona: Cristina Villamor. Una voz nos relata los orígenes africanos de la música centroamericana..., ruidos de la selva..., deseo y desenfreno..., y entonces aparecen nuestros músicos que se confunden con el paisaje, enfundados en trajes de leopardo y sombreros altísimos construidos con helechos de plástico, genialidad de Denise Cáceres. Suenan cantos africanos y así arrancha el show. Pura percusión y elenco masculino en zancos (tres tumbadoras y dos pares de maracas) pueblan la escena, hasta que entra nuestro primer personaje femenino luciendo un modelito estilo pastorcita con capelina, en animal print. La orquesta se ubica y ya con piano, percusión, batería, bajo, requinto y trompeta entra en escena Alejo "Chino" Amado (Alejandro Viola), líder de Los Amados. Con una exuberante capa y un altísimo sombrero que incluye un lémur en su copa (como ese delirante Rey Julien  XIII de la película Madagascar) entona el Canto Karabali, "tu consuelo es solamente morir", dando inicio oficial al concierto. Con un saludo majestuoso digno del Rey Julien, sale de escena para pasarle la posta a nuestro segundo personaje femenino, Rosa Bernal (Daniela Horovitz), femme fatal y artista invitada que, luciendo un vestido rojo y con un gran pescado en la mano, entona Siboney, "yo te quiero yo me muero por tu amor". Como siempre pasa en estos casos, su extensión en agudos (por más que vaya en detrimento de la comprensión de la letra) es directamente proporcional al estruendo de aplausos que recibe al final.
Después de un pequeño cambio de vestuario, el Chino vuelve a entrar a escena, esta vez vestido de cazador con látigo y todo, al son de La comparsa, un interludio musical a toda orquesta. Cuando finaliza y mientras el elenco saca los helechos, el Chino "improvisa" una alocución en donde nos advierte que esta "nochie"-y al igual que en todos los conciertos de Los Amados- saldremos del teatro enamorados. Con todos los yeites demagógicos de los cantantes melódicos, cita a Dante, a Safo y a Lorenzo el Magnífico mientras habla del amor. Como broche de oro nos presenta este homenaje a Ernesto Lecuona y desde la parrilla baja a escena -cuando ya era difícil imaginarse algo más kitsch- una enorme foto de Lecuona en forma de corazón, enmarcada por pequeños y rojos corazones. Para rematar tanta "empalagositud" vuelve a escena nuestra pianista Raquelita Jarsinsky (Analía Rosenberg) enfundada en un vaporoso vestido muuuuuuy rosa, al que remata con zoquetes de puntilla y zapatos con adornos florales. Recién salida de un kibutz de Nicaragua, "las manos más pequeñas de Los Amados" sorprenden con una obertura en solo de piano que, entre virtuosismo y exhibicionismo, desata otra catarata de aplausos. Este set le da tiempo al elenco para un nuevo cambio de vestuario. Mientras el telón de fondo muta por una sucesión interminable de rosas rosas, el Chino vuelve a escena luciendo su gran jopo característico, traje celeste furioso y camisa rosa con gemelos, mientras entona, acompañado por el piano, La rosa y el jardinero. Después de tanto romanticismo, la intimidad se rompe con la entrada de la orquesta, que ahora luce saco de frac rosa, pantalones y moño violeta. En voz, piano, batería, flauta, requinto y guitarra se desata Te he visto pasar en donde, presa de la emoción, el Chino amaga con un solo de guitarra que nunca concreta.
A esta altura del concierto ya quedó claro que los músicos saben tocar, los cantantes cantar y que el estilo imperante es un muy visto y conocido romanticismo que cae en el ridículo permanentemente. Una parodia en el doble sentido -como burla y como homenaje- tiñe el escenario. El vestuario es impecable, la escenografía también, el sonido excelente, el histrionismo a prueba de balas, ¿cómo seguirán sorprendiéndonos?
La respuesta llega de la mano de los mellizos Méndez, Mambo (Rubén Rodríguez) y Black (David Rodríguez) que, enfundados en trajes violetas con camisas celestes, incorporan las maracas y cantan a dúo Es un golfo.
Vuelve el Chino para cantar Siempre en mi corazón -casi Oscar a la mejor canción 1942- en la que, gracias a un efectivo truco del espejo, se incorpora Rosa Bernal con un ajustadísimo vestido violeta corte sirena, para transformar el solo en un dúo. A esta altura todo sigue siendo tan impecable como antes, pero empezamos a percibir ciertas recurrencias, ciertos lugares comunes que hacen que los artistas estén demasiado cómodos en sus actuaciones.
Nuestra querida Rosa se desprende de sus exuberantes hombreras, se sienta al piano desplazando a Raquelita y comienza con Maria la O en versión francesa. Los hombres la miran y, cual coro de galanes, encienden simultáneamente sus cigarrillos. De a poco va entrando la orquesta y, nuevamente, este solo se transforma en un dúo con el Chino. Sale Rosa para darle entrada a Arrullo de palma de Ibrahim Ferrer y ya parece que el asunto decae un poco.

Pero entonces, desde lo profundo de las patas laterales, Ángel (Hernán Sánchez) y Pocholo Santamaría (Fernando Costa) salen con sendos bombos para jugárselas en un malambo que rematan con un sentido "¡Azúcar!". Entonces el Chino, con un nuevo cambio de vestuario y su imperturbable jopo, entona en versión pampeana "Amor, / ¿Por qué te has ido? / ¿Por qué te ocultas? / ¿Por qué no vienes / junto a mí?" (Como presiento), improvisa un zapateo de malambo, flamea en foro la bandera de los pueblos originarios... todo huele a "hermanos latinoamericanos" hasta que Don Cristino Alberó (Oscar Durán), harto ya pero con los lentes de sol (que jamás se sacó ni se sacará) y una sonrisa en la boca, empuña su requinto y transforma el zafarrancho en bolero. Sin lugar a dudas, el mejor momento de la noche.

A partir de aquí seguiremos con El frutero, nuevamente en solo de Rosa Bernal con otro cambio de vestuario, Celos a cargo de El Chino (que, para qué negarlo, es precedido por un divertidísimo talk show con participación del público, a cargo de El Chino y Tito Richard Junquera -Lisandro Fiks- director musical de Los Amados) y Para Vigo me voy, a cargo de Tito y orquesta, con un increíble solo de contrabajo.

El Chino reaparece en escena para dar consejos de amor a los caballeros y presentar, de paso, a Raquelita, que provista de un acordeón y con el vestido lleno de mariposas, interpretará en idish (¿o era hebreo?) Se fue, acompañada por un coro masculino integrado por todo el elenco, ahora lleno de volados al estilo de los Lecuona Cuban Boys. Vuelve el bosque de potus de plástico, vuelve Rosa con su vestido rojo, vuelve un sorprendente sombrero para el Chino y la comparsa se despide con Maracas y Conga Club (como bis), con todo el teatro bailando de pie (sentado sería un poco incómodo, ¿no?).

Los Amados han dado un gran show, tienen talento, saben lo que hacen, son excelentes músicos y artistas histriónicos y sutiles a la vez, pero... pero van a lo seguro. A esta exigente espectadora que, para qué negarlo, revoleó las cachas parada en la butaca, le hubiera gustado algo más de riesgo, tal como lo demostraron en Como presiento.

Publicado en: Críticas

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