Suele sucederme que, de aquellas obras entrañables, la expectativa de su puesta en escena me produce cierto resquemor. Sin embargo Marat-Sade, ha colmado todas mis expectativas.
Hace muchos años ya que leí a Peter Weiss por primera vez; instantáneamente quedé fascinada. Y eso que la edición de Marat-Sade de Adriana Hidalgo (única disponible en Buenos Aires) deja bastante que desear. La fuerza del texto es brutal, la investigación histórica es intensiva, los recursos escénicos del teatro épico fascinantes. Parece mentira que en 1963, junto a Coloquio de los tres caminantes y Noche con huéspedes, haya inaugurado de esta feroz manera su producción teatral.
Afiliado políticamente a la izquierda -aunque pensándolo bien, qué otra cosa podía ser un judío perseguido por los nazis- Peter Weiss va a darle un nuevo impulso al teatro épico desarrollado por Bertolt Brecht. En esta obra en particular, su trabajo estético del "teatro dentro del teatro" va a permitir la multiplicación de los niveles de reflexión y la evidencia del artificio teatral.
Marat-Sade es la versión sintética con que se conoce a la obra Persecución y asesinato de Jean Paul Marat representado por el grupo teatral de la Casa de Salud de Charenton bajo la dirección del Marqués de Sade.
Como sabemos, el Marqués de Sade fue un hombre muy controversial del siglo XVIII, aliado a la Revolución Francesa, perseguido más por sus ideas filosóficas que por sus inclinaciones sexuales, que terminó escribiendo la mayor parte de sus obras durante los 29 años de su vida que pasó en prisión. Incluso estuvo confinado en la Bastilla, pero por provocar desórdenes entre los reclusos fue trasladado en julio de 1789 al hospicio (manicomio) de Charenton. Pocos días después, el 14 de julio, la toma de la Bastilla desencadenaba la Revolución. Fue liberado finalmente en 1790; aprovechó este período para publicar sus libros e incluso logró estrenar algunas obras de teatro en París. Adaptándose a la nueva situación política, dejó de ser marqués para ser el "ciudadano" Sade, pudiendo así ejercer cargos públicos. Haciendo mérito de su cintura política, se anticipó al terror de aquellos años, escribiendo, en 1793, un elogio de admiración a Jean-Paul Marat para asegurar su posición. Marat fue uno de los grandes ideólogos de la Revolución. Se le identificó con el ala izquierda más extremista (avalando incluso las masacres de septiembre de 1792), fue miembro del partido Cordeleros y ayudó a consolidar el Reinado del Terror elaborando listas negras. Murió en 1793, apuñalado en la bañera, por la girondina Charlotte Corday.
En ese año Sade renunció a sus cargos, fue acusado de "moderantismo" y encarcelado durante cerca de un año. Escapó por poco de la guillotina (probablemente por un error administrativo) y fue puesto en libertad en octubre de 1794, después de la ejecución de Robespierre. Pero en los años de Napoleón fue nuevamente arrestado por sus referencias sardónicas al nuevo Emperador y su entorno, encarcelado sin juicio previo y finalmente trasladado -otra vez- al manicomio de Charenton. Su director, el abad de Coulmier, le animó a que representara varias de sus obras con algunos de los reclusos como actores, para ser presentadas al público parisino.
Desde sus años de reclusión en la Bastilla, Sade padecía una extrema obesidad, acompañada de graves problemas respiratorios. El 2 de diciembre de 1814 murió en el hospicio como consecuencia de estos problemas.
Peter Weiss se vale de estos hechos históricos para recrear una de esas representaciones teatrales realizadas en el hospicio; más específicamente, una obra que trata del asesinato de Marat. Introduciendo una gran parte de los procedimientos épicos brechtianos (un narrador que anticipa y explica, canciones, interrupciones en el desarrollo de la trama etc.), la obra sirve de excusa para un debate filosófico sobre la revolución entre Marat y Sade. Debate que, por su puesto, no sirve solamente para pensar la Revolución Francesa.
La puesta de Villanueva Cosse tiene la virtud de trabajar con una nueva traducción a cargo de Nicolás Costa y una adaptación realizada por el mismo director. Atención: la obra no se actualiza cambiando nombre y fechas para hacer referencia a la Argentina, sino que se adapta el verso de las canciones a la estructura rimada del castellano, o se da fluidez al lenguaje de los diálogos. Además, el espectáculo cuenta con un elenco muy sólido, cosa que no siempre sucede en el San Martín. Se destacan especialmente Luis Herrera, Julián Pucheta y Sol Fernández López (el trío que tiene a su cargo la mayoría de las canciones), junto con Luis Longhi (el relator)... aunque, pensándolo bien, es casi una injusticia no destacar al resto del elenco. Porque sumando, son casi 30 artistas arriba del escenario. Hoy día, tanto por cuestiones de espacio como por cuestiones presupuestarias, es muy difícil ver elencos numerosos en las obras. A nadie se le ocurre hacer un Shakespeare con los 40 o 50 actores necesarios para cubrir la enorme cantidad de personajes. El hecho de que esta puesta se haga en un teatro oficial da amplias ventajas: una sala enorme (la Martín Coronado) y un gran elenco son dos de ellas. Pero la lista sigue con el vestuario (a cargo de Daniela Taiana), el maquillaje, la iluminación (de Tito Egurza y Miguel Morales) y la escenografía (responsabilidad nuevamente de Tito Egurza). Si bien la realización es impecable, la obra está muy bien planteada y hay un gran lucimiento actoral. La concepción general de la puesta se evidencia sumamente deudora de la versión cinematográfica que en 1967 hiciera Peter Brook. Desde el entarimado hexagonal que oficia de escenario en el hospicio, pasando por el maquillaje y el vestuario, hasta incluso la estilizada figura de Sade encarnada por Lorenzo Quinteros, todo eso remite a Brook. Recordemos, por ejemplo, la obesidad de Sade en esos últimos años y tendremos una muestra de las elecciones de la puesta.
Meritoria es la introducción de los espectadores en la representación (se recomienda enfáticamente sacar las localidades para ver la obra arriba del escenario) y, principalmente el telón final, que hace que todos podamos disfrutar de dos horas de teatro que parecen cinco minutos; de asistir, como dice nuestro querido marqués, a una instructiva velad terapéutica.