Una familia dentro de la nieve es un espectáculo corto, pero con suficiente espacio como para albergar una buena puesta de un buen texto bien actuado.
Parece que el universo soviético está despertando interés en la cartelera porteña actual. Nuestra reseña mas reciente versó sobre una pieza que tomaba la poesía bolchevique como punto de partida. Ahora nos abocaremos a Una familia dentro de la nieve, texto original de Guillermo Arengo, llevado a escena por el director Diego Brienza, que también presenta referencias rusas. La pieza se centra en la radiografía de un grupo familiar signado por la ausencia de sus dos integrantes masculinos: el único hijo varón, poseedor de un coeficiente intelectual superior y desopilante y Tito.
Una vez más, este tipo de planteos se contrapesa con un universo femenino condenado a la añoranza de dichas ausencias. En este caso, la madre, quien se desempeña como mucama en un hotel, y cuatro hermanas, cuya simbiosis no les permite expresarse ni existir por separado, al punto que constituyen un único personaje. Quien esto escribe vio a estas mujeres / niñas que hablan en coro y cuyos vestuarios representan la variación de un mismo modelo y no pudo evitar recordar a los cuatro hermanos de La gallina degollada, asesinos de su hermanita, por otra parte la única mujer y la única que no padecía disturbios mentales.
El espacio escénico se halla distribuido a modo de friso, dividido en tres partes que se extienden de frente al espectador, lo cual constituye un planteo interesante y estéticamente atractivo. A la sobriedad del relato de la madre (una actuación sutil y no por ello carente de profundidad de Adriana Ferrer), se adosa la espléndida maqueta alrededor de la cual viven las cuatro hermanas. Más allá se eleva el hermano, sobrevolando lejanamente la desgraciada situación familiar. Es notable la excelente amalgama que conforman la escenografía, el vestuario y los objetos diseñados por Cecilia Zuvialde con la caracterización de los personajes y la historia narrada. Otro elemento fundamental es el diseño de luces de Mariano Arrigoni.
La situación de esta familia presenta un quiebre al producirse el inesperado arribo de Tito, una buenísima interpretación de Horacio Marassi, llegada que divide la obra en dos. Las circunstancias que acompañan este regreso, junto con el lenguaje en el que Tito se expresa, son detalles que se dejarán para el descubrimiento del espectador, pero cabe señalar que sus características constituyen un acierto de la puesta.
La obra tiene una duración breve, dado que no necesita más para desplegarse. Hubiera sido fatal incurrir en agregados o dilataciones rítmicas con el objeto de prolongarla. Las intervenciones verbales son exquisitas, mezclando convenientemente dosis de absurdo y referencias con las que el espectador puede sentirse identificado, interpelado y hasta emocionado. Con relación a este despliegue de la palabra como creadora de sensaciones que la obra ostenta, se recomienda enfáticamente leer el fragmento de Henning Mankell que acompaña el programa de mano, dado que, a pesar de contar con buenas actuaciones, un trabajo rítmico notable y una atinada resolución visual, aún así, Una familia dentro de la nieve, es capaz de decir cosas bellas con belleza.