"(...) hay toda una reescritura estética del crimen, que es también la apropiación de la criminalidad bajo formas admisibles." Michel Foucault en Vigilar y castigar.
Hubo (hay) una escritura del crimen estetizado, aceptable, consentido. Los crímenes de la ficción son, innumerables veces, bien tolerados. Es probable que este larguísimo recorrido de admisiones sea indispensable condición de producción de la obra de Daniel Dalmaroni. Porque Splatter Rojo Sangre se inscribe en una larga serie de ficciones sobre criminales, pero lo hace de manera ferozmente paródica.
La primera voz que convoque a los espectadores será autorreferencial respecto de la propuesta. Dirá sobre la escritura de la obra y sobre las decisiones que el autor ha debido llevar adelante.
Recurrirá al "increíble pero real" e incluso dará una vuelta de tuerca: lo verosímil es lo falso; lo imposible de creer, eso, es lo verdadero. Y ya se sabe, se han cambiado los nombres propios para salvaguardar la tranquilidad de las respectivas familias. Pero, detalle, los nombres de los personajes coinciden -¡vaya sorpresa!- con los nombres de los actores que interpretan el papel.
Estamos frente al clásico grupo (al estilo de Alcohólicos Anónimos) de la ronda armada y de la confesión compartida. Claro que lo bizarro está en el mal que se busca combatir: éste es un grupo de asesinos seriales.
El conjunto es absolutamente variado: una chica con poderes que no puede manejar, una asesina de su grupo familiar, la consabida envenenadora, el asesino al volante (y hay que verle la cara de bueno), una viuda negra y un coordinador que se las trae y que será quien dispare (en su doble acepción) los acontecimientos.
Si la ficción suele darle a cada uno de estos personajes un rol preponderante, aquí aparecerán todos juntos, oscilando entre la multiplicación y la neutralización. Cualquiera podría ser el protagonista de una historia policial o de terror. ¿Por qué no? Pero, paradójicamente, el protagonismo se reparte, están todos juntos, conviven (qué palabrita para el círculo íntimo, ¿no?) en un espacio acotado, en el tiempo reducido de una reunión de ayuda compartida.
La parodia y la paradoja orientan la construcción de Splatter. La primera porque establece un diálogo desconfiado con esta clase de vínculos interpersonales, que aparecen como capaces de traer la cura posible a una enfermedad imposible. La segunda porque el conjunto es potencialmente riesgoso: ¿cómo un asesino puede ayudar a otro asesino a no matar?
La propuesta de Dalmaroni es bizarra por la elección temática y por ciertos recursos (desagradables hasta de comentar), pero el trabajo con las palabras e incluso el razonamiento de algunos personajes están muy lejos, tanto del género como de la parodia del género. El personaje de Jorge es de antología, no logra completar las frases porque olvida constantemente las últimas palabras y para poder recuperarlas establece asociaciones de lo más diversas. Por otro lado, podemos percibir que su recorrido mental también se choca con la ausencia, como si fuera una pared.
Hacer hablar y actuar a estos personajes tan particulares implica un desafío complejo de asumir. Los actores y la dirección (el propio Dalmaroni) encontraron el camino adecuado para llevarlos a buen puerto.
Un sociólogo, un psicólogo, un antropólogo y varios otros representantes de diversas disciplinas podrían hacer, seguramente, lecturas sumamente interesantes de esta propuesta, siempre y cuando tengan algo de sentido del humor.