Domingo, 04 de Enero de 2015
Lunes, 27 de Noviembre de 2000

Gore: El vasto campo de lo que no se ve

Por Verónica Schneck | Espectáculo Gore
Así como en la tragedia griega, y en el cine que no se endulza con la obligación de tener que mostrar todo, esta puesta abre una zona de ambigua “extra escena” desde lugares muy atractivos. Hasta se podría decir que el protagonista dramático (dramático porque “no ver” siempre tiene lo siniestro de que no se deja ver a propósito) de Gore es el fuera de campo, ese espacio vasto que nunca termina de completarse y que por eso es tan complejo para nuestra fantasía. Un grupo de jóvenes se nos presentan de un modo algo extraño pero sutil. Todo parecería en un punto ser “normal”, y en ese mismo instante parece revertirse. A lo largo de la presentación de estos personajes, el lenguaje se encuentra vedado, clausurado, sin acceso para el espectador. Los cuerpos deambulan desde un sector a otro con decisión pero sin –al parecer- tener muy claro porque van, lo que sugiere en un punto, un rasgo algo moderno, de animal de urbe. Durante todo este tiempo, las puertas de los “subespacios” van siendo nido de pequeños momentos en donde el cuerpo desaparece –a veces del todo y a veces a medias- para construir con ruidos y voces lo que no veremos nunca. Al fin deciden instalarse en una mesa varios personajes, decididos a conversar. Pero de nuevo el problema. Ahora el acceso está dificultado por el mismo lenguaje, que quizás apuntando a opinar acerca de “lo moderno” empieza a quebrarse, a ser monocorde, a malentenderse. La comunicación empieza a perder sus cables en la medida en que estos seres no pueden comprender las palabras de “los otros”, y hasta ni parece que pudieran hacerlo entre ellos. Varios niveles de la puesta parecen encontrarse coherentemente, y de un modo interesante se explotan recursos muy atractivos en cuanto a la trama y en cuanto a la forma. En primer lugar, la división humana entre ellos y nosotros, en donde “aparentemente” no existe desde el aspecto ninguna diferencia. Esta división, por otro lado, no parece ser tan polar. Desde esta mirada, y por eso recordaba a la famosa “modernidad”, se puede sugerir –a modo de interpretación personal- la fatal conciencia de que en realidad estamos solos y que nadie se entiende con nadie, de que el lenguaje está quebrado y desgarrado...De que este planeta no es que no se entiende con otro planeta, sino que este planeta no se entiende a sí mismo. Por otro lado, este trabajo desde el lenguaje se evidencia en la puesta por sus rasgos cinematográficos, ya citados desde el título de la obra. El cine tiene un elemento de recorte que no lo tiene el teatro: La cámara. Esta mediación permite en las películas que una máquina seleccione nuestra visión antes que nuestra mirada, que después hará lo suyo. Esta selección que hace la cámara nos muestra un “campo”, y todo lo que no entra en ese campo es el “fuera de campo”, lo que no vemos, lo que no fue seleccionado por la cámara, pero que funciona activamente desde ese estar afuera. A veces ese espacio al que no accedemos con la mirada los espectadores que siempre estamos deseosos de ver, funciona como simple recorte y a veces funciona generando un espacio poético, indecible, no representable, mucho más complejo que lo que puede concretarse con la representación. Estos “fuera de campos” atraviesan la puesta colaborando con la dificultad que parecería presentar el lenguaje humano, que a veces no tiene forma de encontrar códigos para expresarse. Otros recursos cinematográficos giran de a ratos por la puesta, se sugieren, y hasta a veces piden ser tenidos más en cuenta (por ejemplo el momento en el que la escena queda a oscuras, a modo de fundido a negro en la escena cinematográfica). Más allá de lo que cuenta la trama, se está siempre haciendo hincapié en lo que vemos y lo que se nos hace dificultoso ver, lo que se elige que mejor no veamos, aspecto interesante para desarrollar, en medio de un “planeta” en donde las imágenes proliferan con impunidad desde un campo de concentración estetizado hasta un presidente bailando con artefactos de cotillón. Por momentos parecería ser necesario hacerse más cargo de esa idea de “decadencia planetaria”, que es interesante para desarrollar más una postura, una mirada ideológica. Me refiero a hacer hincapié en las textualidades de padecimiento más románticas como “No era genético la falta de la especie humana, sino el amor” –algo así dice un personaje-. Este tipo de discurso, bastante complicado por ser tan simple pero tan verdadero, quizás hubiera necesitado más desarrollo para que funcione con más compromiso. Entonces, en un planeta donde todo parece funcionar no del todo bien, y más bien mal, este mundo construido, con pocos recursos y con una energía desde lo actoral interesante hace falta, como un modo de reconstruir lenguajes que nos ayuden a comprendernos mejor.
Publicado en: Críticas

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