Sábado, 03 de Enero de 2015
Jueves, 17 de Agosto de 2000

Un bosque manchado de sangre al costado del camino, entre Oriente y Occidente.

La obra El bosque al costado del camino (entre Sekiyama y Yamashina) que para nosotros podría ser entre Catamarca y La Tablada, entre Pinamar y la calle Pasteur, y entre tantos otros “entre”, que designan espacios específicos cargados de muertes sin resolver aún, desarrolla un relato complejo que corre con ventajas y desventajas. Por un lado, tenemos un argumento que plantea la existencia de un cuerpo muerto. Si bien nada llega a resolverse (como en los ejemplos nombrados arriba) y la pesquisa policíaca va desarrollando un entramado de conclusiones, aciertos, errores y contradicciones, hay algo que queda claro en la puesta: La verdad la tiene únicamente el muerto. En este sentido, analizando solamente el argumento, aparecen por un lado los misterios de una situación de asesinato, las distintas versiones en donde cada una de ellas responde a intereses diferentes, los huecos que quedan por dilucidar...Y esto es interesante porque refiere mucho a lo que pasa con la Justicia desde los años de Esquilo hasta hoy.... He aquí la ventaja... Pero, si nos detenemos un poco en la idea de que el muerto es el único portador de la verdad (sabemos que el muerto es portador de algo que lo diferencia a los que no están muertos, y es eso mismo, su saber de ser-muerto)...¿Cuánto más podemos avanzar en testimonios, investigaciones y averiguaciones? ...He aquí, a mi modo de entender, la desventaja. El trabajo del actor se enfrenta a un problema: Desde la dirección y desde el texto se plantea algo pero no se ve claramente un “tomar partido” por una opinión que haga apropiar y apropiarse de un modo nuevo lo que está ya dicho en el texto japonés . Esto afecta a los actores en el intento de estos –intentos que a mi modo de ver son una de las cosas más interesantes de la puesta- de generar un universo particular desde la actuación. Si bien el clima oriental llega a instaurarse, parece quedar un poco incómodo a los actores, que con el afán de llegar a estados auténticos, quedan coartados por la estructura “máquina que pronuncia discursos”. En varios momentos se nota la lucha del actor entre ( y de nuevo usamos “entre” ) la verborragia de un cuerpo máquina y duro al estilo japonés impuesto por el texto y la dirección, y la necesidad de desbordar esa cadencia para encontrar rincones y ritmos de actuación más profundos y con matices diferentes. Parecería que los actores luchan ”entre” Japón y Buenos Aires, entre el texto japonés y las necesidades –necesidades completamente acertadas- de instaurar desde la propia corporeidad un discurso que supere el simple parlamento maquinario. Es difícil, dentro de estos parámetros, que el actor, y con él, el personaje y toda la situación que se muestra, evolucione y acumule. No porque esto deba hacerse siempre, sino porque esta obra sí lo requiere: Una investigación que empieza pero no termina, desgasta, quita las esperanzas, enoja a unos, alegra a otros. Es interesante la idea escénica de “el trabajo o manipuleo sobre un cuerpo muerto”. Y una de las cosas más atractivas de la obra parece ser esa situación por la cual, todos y cada uno de los personajes necesitan morir o dormir (sin estar concretamente muertos o dormidos) durante largas pausas mientras el resto sigue la marcha. La “unidad estética o escenográfica” –así lo define la propia escenógrafa- son las “cajas”. Esos pequeños átomos de encierro que en su contener algo que no se ve, además tapan durante casi toda la obra la vida o presencia de uno de los personajes, aquel que parecería tener que ver con la formación o el proceso de creación de la obra misma. Las cajas a la vez son “cuerpos” que no se develan, sino que más bien ocultan...Esta idea es por demás atractiva, pero quizás se hubieran necesitado muchas, muchísimas más cajas, para empezar a comprender que en una de ellas, además de misterio y ocultamiento, podría encontrarse un cuerpo muerto. Las luces funcionan coherentes con el resto de la puesta, generando un clima despegado de lo naturalista, pero a veces queda también, puesto que los cambios son muchos, en algo mecánico. Todo lo dicho hasta ahora son opiniones subjetivas de lo visto, pero lo que está claro y creo que no se puede discutir es que este grupo se ha enfrentado a un texto que plantea dificultades escénicas desde el vamos muy difíciles de resolver, porque es difícil apropiarse de un texto oriental sin tomar partido por una opinión que permita también despegarse del texto. Y frente a esto, los actores luchan por seguir perteneciendo a una realidad ineludible...esa en donde ellos buscan decir algo desde lugares o estados más auténticos...
Publicado en: Críticas

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