"(...) la historia no borra nunca aquello que oculta; siempre guarda en sí el secreto que lo encripta" Jacques Derrida.
Body Art tiene múltiples aristas y, del mismo modo que ante un cuerpo, la percepción de ciertos frentes nos oculta los restantes.
Es cierto que, en superficie, es posible reconstruir un pequeño argumento: dos artistas plásticas, maestra y discípula, amantes, se disponen a contar su historia de amor ya concluida.
Sin embargo, alcanza con observar cómo se construye el espacio para comprender que ésta no será una historia común.
En el suelo del "escenario" se inscriben textos para ordenar, como en un juego reglado, cada instancia del relato.
La propuesta es sumamente particular en relación con aquello que ¿propone tematizar? Ni Pop Art, ni Body Art. Los íconos de estos movimientos están ausentes en la construcción visual. Y si hay cuerpos, como los hay, no se mostrarán como soporte de las obras.
Éste es el procedimiento primordial: lo que se menciona, lo que se dice, no se percibe a través de ninguna otra vía. La escisión entre lo dicho y lo mostrado es central. No juegan a ilustrar.
Las imágenes construidas están profundamente estetizadas: las inscripciones en el piso, blanco sobre negro, las luces, el soporte para algún souvenir, las letras proyectadas sobre la pared, todos está propuesto en términos plásticos. En este universo, el vestuario de Aimée, descoloca. Todo el texto espectacular apuesta a descolocar, a desplazar.
Se dice sangre, se dice corte, se dice riesgo. Sólo se dice.
El modo en que se introduce el body art no debe rebelarse, es lo que se oculta por una falla de memoria hasta que sale a la luz. Y cuando sale, de nuevo, descoloca.
Existe un fuerte predominio de lo verbal. La construcción del cuerpo se plantea a través de los lexemas, las referencias a las instancias en las que aquél se pone en juego, devienen leves descripciones y relato.
El trabajo con la palabra está definitivamente extrañado desde distintas perspectivas. ¿A quién se dirigen? Evidentemente narran. Entre ellas no interactúan, pero es está claro que se registran, puesto que se corrigen, se confirman, se niegan, se citan. Y el desacuerdo, contra lo que podría suponerse, existe pero no es tan importante.
Por otra parte, reconstruyen un acontecimiento de pérdida de lenguaje y en el proceso de recuperación aparecen preguntas como ¿qué es un hospital?, ¿qué es la luz?, ¿qué es el arte? ¿La pregunta es por el término o por el referente?, ¿qué es lo que se perdió?, ¿qué se recupera?
Las remisiones al mundo de la plástica, de la performance, se deslizan entre reflexiones sumamente interesantes y cierta posición lúdica que podría inferirse levemente paródica. El cruce entre los movimientos es sumamente divertido: las posiciones más militantes aparecen ligadas aquí al objetivo concreto de hacer dinero, la descripción de cómo es la "vida promedio" de un artista plástico está plagada de ironías, pero el modo de contarlo, con un humor tan sutil sostenido por un excelente texto y por muy buenas actuaciones, termina conquistando.
Una propuesta que mira sin condescendencia el pasado del arte y ciertas prácticas de este pasado. Pero que también se interroga sobre otras cuestiones: el pasado del amor, el paso del tiempo, el modo de construir los discursos (la puesta termina con un resumen de todo lo planteado, a cargo de un tercer personaje).
Pero también se podría borrar todo lo que se acaba de escribir y comenzar de nuevo, pero por otro lugar, observando otros frentes y ocultando éste. No son demasiadas propuestas las que permiten semejante lujo.